
Rolón publicaba
Historias de diván, un verdadero fenómeno editorial en el que
ponía en evidencia una manera inédita
de transmitir algo tan íntimo como es el encuentro entre un analista y su
paciente, una
forma
radicalmente
distinta de

alcance
de cientos de miles de lectores.
Hoy,
siete años después
de
aquel primer trabajo, toma el riesgo de ir un poco más lejos, hacia una zona en la que quien padece llega a una situación
límite. Por eso, por estas páginas
transitan
las adicciones,
la

mentira,
la culpa, una histeria grave y sufriente, y un
amor desmesurado al
borde
mismo de la locura.
Al
final de cada relato, el
desarrollo de un
concepto teórico y su articulación con el caso expuesto son una invitación a indagar,
ya no sólo en lo
acontecido
durante las


ante todo una
curiosa memoria
[¼] cuando se trata
de un recuerdo
inconsciente, su
lugar
de aparición
no es
necesariamente la
mente. Puede manifestarse a través de actos

una serie de
torpezas o incluso
por
una elección
amorosa.
Hablando con propiedad, esa
vuelta al pasado no
es mental sino en acto. En los
asuntos
del
corazón no
elegimos sino lo

queremos sino lo
inevitable.
JUAN DAVID
NASIO

El universo no
tiene ningún sentido porque no
está hecho con ningún plan,
es simplemente
caótico. El
desafío, entonces, es
encontrarle sentido a una vida que, quizás,
no lo tenga dentro de los planes
de ese universo.

inconsciente, el Psicoanálisis hizo un
aporte tan cierto como doloroso: la
libertad no existe.
Basta
observar lo que
llamamos lapsus para
comprender que el ser
humano ni siquiera
es libre respecto del lenguaje
que utiliza. Por el
contrario, es el lenguaje
el que hace
uso de

«Yo soy
una persona
intolerable», me dijo
cierta vez un paciente
queriendo decir que era
intolerante. Y en esa ruptura que se produce cuando el
inconsciente habla por nosotros, se
abre una brecha entre la
libertad de decir y lo
que realmente se dice.
El hombre no es más que

inconsciente por las
cadenas del lenguaje y, a partir de este hecho, la libertad
se vuelve imposible. Y tal
vez este sea uno de
los más grandes
retos de la
condición humana: soñar,
luchar e incluso
dar la vida por una libertad que está, desde
el vamos, perdida
para siempre.
Es allí en
donde el

espacio posible. No
para apostar a la
utopía de convertir a un
sujeto en alguien libre,
sino para propiciar que, al
menos, transite por
los caminos que le
marca su deseo.
Cuando hace tiempo escribí Historias
de diván, me propuse
entreabrir una puerta

lo que ocurre
en un tratamiento analítico.
¿Por qué?
Porque asistía absorto
a
una desvalorización masiva del Psicoanálisis
y tuve el deseo de
decir lo mío;
y mal podía un analista
retroceder ante su deseo.
Lo hice
con mucho cuidado, suavizando algunos

que nada tienen
que ver con nuestro ámbito
pudieran comprender
un poco de lo que se juega
en cada sesión. Quise mostrar
que el Psicoanálisis no es una
excentricidad que ha resistido el paso del tiempo, ni un lujo esnobista, sino
que los analistas estamos
aquí y ahora, llevando
adelante

los avatares
de nuestro tiempo y nuestra cultura.
La recepción que
tuvo el libro fue asombrosa
y conmovedora
y me dio el
impulso para ir
un poco más allá. En Historias
de diván había escrito, siguiendo
la técnica del cuento,
sólo algunos recortes
de los tratamientos de aquellos

Palabras cruzadas tomé la decisión de
narrarlos en toda su extensión,
desde el inicio hasta el final, lo
cual requirió que la técnica
para llevar adelante cada relato virara del cuento a la nouvelle,
algo así como una novela corta.
En ambos libros,
cada paciente fue consultado,
dio su
autorización y todos

que fuera entregado
a la editorial para
su mayor
tranquilidad. La única
excepción, por razones obvias, fue
Majo, tal vez la
historia
más fuerte que
haya escrito en mi vida. Sus padres sólo me
dijeron: «Vos la conociste
más que nadie. Escribilo de
un modo tal
que sientas que
a ella le
hubiera

emoción de tanta confianza.
Después de
estos dos trabajos me pareció
oportuno cambiar el
rumbo, y así
vino primero una novela,
luego un ensayo sobre
el amor y, finalmente,
un relato musical.
Pero el interés que surgió en ámbitos
televisivos por llevar las
historias a la pantalla me impuso
el desafío

casos clínicos, ya que la serie requería trece
capítulos más de los que había en los libros. Y así
fue que, después
de mucho pensar, elegí
algunos que consideré interesantes para el
público y cuya
inspiración estaba en
pacientes que no
se verían
perjudicados por esta
escritura. Por supuesto,

debidamente consultados.
La editorial me autorizó a adaptarlos aun
antes de su publicación y
así fue que formaron parte
de esa aventura
televisiva. Por fin hoy, como
correspondía, encuentran su
tono definitivo bajo
la forma de
relatos literarios.
Pero lo cierto
es que no

un nuevo libro
de casos clínicos siguiendo alguna
de las fórmulas anteriores. Necesitaba encontrar
algo más que quisiera
decir. Y la idea de
poder desarrollar algún concepto teórico
y articularlo
con lo ocurrido durante las
sesiones me brindó el marco
necesario para darle a
este libro su

Les aseguro que
ha sido un enorme
desafío.
La teoría no
está por encima de la
gente (y, en nuestro caso en
particular, no hay concepto que
sea más importante que el dolor de un paciente).
Esa idea recorre
este libro, y el
esfuerzo no fue el
de bajar al
lector, en un

discurso del Psicoanálisis, sino el
de subir esos conceptos formulados
en el lenguaje propio de los
analistas,
hasta el habla
de la gente; de esos
sujetos que
viven, se cuestionan,
disfrutan o sufren en una vida que es, a veces,
complicada e injusta.
Espero haberlo logrado.

transita la decisión de algunos hombres y
mujeres que se atrevieron a
emprender el camino del análisis.
Un camino duro y doloroso, pero que se sustenta
en la búsqueda de esa
verdad
singular de cada paciente.
A lo largo
de estas páginas el lector
encontrará palabras que se
repiten:

deseo, entre otras. Y no podía ser de
otra manera si
aquello que
pretendo es transmitir
de modo fiel el
devenir de las sesiones y
los afectos que se
pusieron en juego.
En los pacientes, en
mí.
Una mala o
insuficiente lectura de los
textos de estudio ha dejado,
incluso en algunos colegas, la
idea de

que no siente,
que no se emociona, que
no duda o no se enoja. Nada más lejos de la realidad.
Lacan
sostuvo que el analista debía
de ser alguien muy bien
analizado y que, por eso mismo, era
de esperar que hubiera adquirido
la capacidad de vivir
sus emociones de
un modo

que ha navegado tanto por las aguas del
inconsciente y de sus deseos
desarrolla a veces una pasión
tal que es
difícil de entender. De
allí que pueda querer
o incluso enojarse con un
paciente con mayor intensidad.
Pero el análisis
también debe de haberle
permitido encontrar algo que es aún más

respetar a sus
pacientes y anteponer sus
deseos a cualquier emoción o
anhelo personal.
El analista no
se propone a sí mismo
como ideal ni plantea que
sabe lo que es
bueno o malo para ese sujeto que habla en
su diván. Ni siquiera pretende
curarlo o ayudarlo a conseguir
un

lo que hace
del Psicoanálisis «una terapia que
no es como las demás».
Hoy, cinco años
después de publicado Palabras cruzadas, vuelvo a encarar la escritura basándome
en mi práctica clínica. No
ha sido fácil. Transmitir
algo tan íntimo —tan único—
es

de una parte
muy honda de mí.
En esta ocasión,
y más aún tratándose del
que supongo será mi
último libro inspirado en casos clínicos, la apuesta fue
transmitir algunas historias
que llevaron a sus protagonistas a situaciones límite.
Por estas páginas transitan

discapacidad, el incesto,
la mentira que pone en riesgo la identidad, una culpa
tan grande que no permite ningún logro, una histeria
grave y sufriente y un
amor desmesurado
que lleva a quien lo
padece hasta las puertas mismas de
la locura.
Al final de
cada historia, el desarrollo de
un concepto

el caso invitan
al lector a husmear, ya
no sólo en lo
acontecido durante las
sesiones, sino en
el marco conceptual que sostiene nuestra práctica
clínica y justifica cada una
de mis intervenciones.
Es claro que
esos conceptos
están apenas bosquejados, ya que no es mi

inconscientes sea considerado como un
texto de estudio sobre Psicoanálisis. Lejos
de eso y, como
el resto de mis
libros, está escrito desde
la pasión del Psicoanálisis
con el anhelo de compartir lo que han sido vivencias
únicas e irrepetibles.
Como analista, he

mundo difícil y a veces cruel; no podía
ser de otra
manera: el paciente, cuando
llega, suele estar ante
una encrucijada
en la que
lo que se juega
es ni más
ni menos que su destino.
Muchas veces, al terminar la jornada, me
he preguntado por qué sigo
escuchando, desde hace más
de veinte

respuesta es
siempre la misma:
porque no puedo evitarlo. Porque ser
analista implica saberse
convocado, por deseo propio,
a hacer algo por ese
sufrimiento que atraviesa
el cuerpo y las emociones
de los pacientes
y ayudarlos a
modificar al menos
algunas de las actitudes que
los sostienen

que no cesa.
En esta labor
que llevo adelante, los fracasos
son ruidosos mientras que
los éxitos se transitan en silencio. Cuando un paciente
hace un intento de
suicidio, por ejemplo,
llaman sus padres, su esposa o
comienzan los
cuestionamientos
profesionales. En cambio,
si

mal logra modificar
sus decisiones,
o quien no
podía recibirse aparece con el título en la mano, sólo me queda la satisfacción íntima
y silente de saber que
el análisis ha valido la pena.
Pero debo confesar algo.
He asumido hace
tiempo
que jamás lograré
«extirpar» el dolor de
mis pacientes,

constitutiva de la
vida. No importa cuánto alguien
se analice, de todos
modos sufrirá si pierde un amor, o si muere un ser
querido. El dolor es inevitable, pero no el
padecimiento. Y esa
diferencia es la
que hace que
cada día vuelva al
consultorio.
Sé que tampoco
lograré

sensación, aunque a
veces leve y susurrada,
de soledad. Pero es así, pues, como decía
aquella vieja canción,
estamos todos solos.
Y en medio
de estas reflexiones que a lo mejor no sean agradables,
pero sí sinceras, ¿qué es, entonces, lo que puedo
anhelar como
analista?

Apenas que el
paciente
modifique en algo su destino. En definitiva,
como esbozó Lacan, tal vez
el último y esperado logro
de un análisis sea ayudar
a un sujeto
a que pueda vivir su
soledad sin tristeza.
GABRIEL ROLÓN
Abril de 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario