NARCISISMO
"Él ama y no sabe que ama, no sabe
siquiera cuál es su sentimiento... Él no se da cuenta de que se mira a sí mismo en el
amante como en un espejo."
Platón, Fedro
Ya que deslizamos el tema del Narcisismo, me parece
oportuno hacer un breve
recorrido por este concepto que es de vital importancia para la
estructura teórica del psicoanálisis. Un término que Sigmund Freud acuñó en
1914 a raíz de su ruptura con Jung.
Carl Gustav Jung estudió medicina en la Universidad de
Basilea y fue un cercano colaborador de Freud en los comienzos del
psicoanálisis. Pero, de a poco se fue distanciando hasta que se produjo la
ruptura definitiva entre ellos.
La íntima convicción que Freud tenía en el papel
fundamental de la sexualidad en el origen de las enfermedades
psíquicas fue el motivo principal de esta pelea. No olvidemos que el creador del psicoanálisis tuvo que enfrentar a toda una
cultura para defender sus teorías, y Jung no fue la excepción.
Generalmente, Freud solía tomarse su tiempo entre la
elaboración de un concepto y su publicación. Sin embargo, esta disputa con
Jung hizo que un artículo fundamental de la teoría
psicoanalítica, "Introducción del Narcisismo" lo diera a conocer casi de inmediato.
Pero antes, hagamos un repaso por el mito que da origen al
término "narcisismo".
Es probable que la historia de amor entre Narciso y Eco
no sea de las más conocidas y quizás esto se deba a que se trata de un
episodio menor, pero no por
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eso carece de la belleza poética de la mitología griega.
Narra Ovidio en Las Metamorfosis, que la bella
Ninfa Liríope quedó embarazada al ser violada por el río Cefiso. El hijo que
dio a luz era tan hermoso que desde el momento mismo de su nacimiento se
convirtió en el objeto de amor y adoración de las
demás Ninfas.
Preocupada por el destino del niño, su madre consultó al
ciego Tiresias, que era un reconocido vidente, para que le dijera qué le aguardaba
a su hijo y la respuesta del adivino fue la siguiente: "Vivirá feliz mientras
no se vea a sí mismo".
El tiempo pasó y Narciso fue creciendo, amado y adorado
por los demás. Pero
de entre todas las pasiones que generó, sobresale la de una hermosa
Ninfa: Eco.
Es sabido que Zeus, el príncipe del Olimpo, era un dios
que daba rienda suelta a sus impulsos eróticos, ya fuera con hombres o mujeres.
Su esposa y hermana, Hera, intentaba en vano mantenerlo bajo control, pero el
dios siempre se las arreglaba para encontrar la manera de eludir su
vigilancia.
Y así fue que en cierta ocasión, Zeus le pidió a Eco que
lo ayudara. La Ninfa era famosa por su habilidad para relatar historias, una
especie de Scheherezade helénica, y Zeus le encargó el trabajo de entretener con
sus historias a su esposa mientras él iba en pos de sus
conquistas amorosas. Y así lo hizo Eco durante un tiempo, hasta que alguien alertó a Hera acerca de esta trampa.
Hera, reconocida por su carácter furibundo, la castigó
quitándole ese don maravilloso que tenía con las palabras y condenándola a
poder repetir solamente las últimas sílabas que escuchara de la boca de los
demás.
Cierta vez, la Ninfa vio a Narciso y quedó inmediatamente
enamorada del él. Comenzó a seguirlo sin que éste se diera cuenta, hasta
que por fin decidió acercarse y confesarle su amor. Pero,
debido a su condena, le fue imposible utilizar las palabras para seducir a Narciso, quien la rechazó de manera soberbia y
cruel. Eco, dolorida por la ofensa, exclamó para sus adentros casi a modo de
maldición: "Ojalá cuando él ame como yo lo amo, desespere como desespero
yo". Y, como bien sabemos, en la mitología clásica, las maldiciones siempre
se cumplen. Y un sino fatal iría en favor de este cumplimiento.
Narciso había visto su rostro reflejado en las aguas del
río y, a partir de ese momento, quedó sentenciado a amarse solamente a sí mismo.
Y éste era el peor de
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sus castigos, el que lo condenaba a la soledad eterna: "Desdichado
yo que no puedo
separarme de mí mismo. A mí me pueden amar otros, pero yo no puedo
amar".
Esta pasión lo fue consumiendo hasta que desesperado por
tenerse se arrojó al río intentando abrazar su propia imagen y se ahogó. Al
poco tiempo empezó a generarse una extraña metamorfosis. En la orilla de aquel
río comenzó a brotar una hermosa flor, la misma que hoy lleva su nombre:
Narciso.
Eco, por su parte, se desintegró y se esparció por el
mundo. Y aún hoy podemos escuchar, cuando gritamos en la cima de una montaña, en un
bosque solitario, o en el pasillo de un edificio, cómo ella nos responde
reproduciendo nuestras últimas sílabas y generando ese
fenómeno sonoro al que, justamente, llamamos "eco".
Hasta aquí la historia que los mitos nos han permitido
conocer acerca de Narciso. Pero ¿a qué hacemos referencia en psicología cuando
hablamos de
Narcisismo?
El psicoanálisis utiliza el término "Narcisismo"
para explicitar un momento particular en la vida de las personas en el cual se
constituye una parte fundamental de su estructura
psíquica. Veamos un poco cómo funciona esto.
Cuando el bebé nace no es aún una unidad sino una suma de
zonas erógenas y a través de ellas empieza a conocer y a relacionarse con
el mundo. La primera zona erógena que se pone en
funcionamiento es la boca. Es la llamada "etapa oral", período que
hace referencia al momento en el cual el chico se contacta con el mundo a partir de la boca. Es ella, después de todo, la que lo relaciona
por primera vez con el exterior cuando la madre le da el pecho y le
enseña que por allí entra el alimento, pero también el amor.
Porque el pecho de la madre significa para el bebé mucho
más que la comida, ya que descubre en este contacto el amor de su mamá, la
cual representa para el bebé el mundo todo.
De allí la importancia fundamental que en el desarrollo
de la psiquis de un sujeto tiene esta etapa. Por eso, cuando los padres nos
traen algún chico al que suponen con problemas, los psicólogos solemos preguntarles
si fue amamantado, hasta qué edad, cómo vivió la mamá este momento, si le
gustaba darle el pecho o si, por el contrario, le molestaba.
Lo que en realidad estamos intentando averiguar es cómo ha sido la entrada de ese chico al mundo y al amor.
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La madre le manifiesta el cariño cuando le da el pecho y
la negativa a esto es
vivida como un rechazo. "Si me da es porque me quiere, si no es que
no me ama". Es decir que hay un objeto valioso, el pecho materno, que el
otro le da o no al bebé según su voluntad.
Con posterioridad llegará la "etapa anal". Es
el momento de la adquisición del control de
esfínteres y, en esta etapa, se darán dos cambios importantes con respecto al período anterior.
El primero de esos cambios es el objeto: el pecho de la
madre deja lugar a las heces del niño, y el otro cambio es que ahora ya no es
la madre la que da o no el objeto valioso, sino que es el
chico. En la etapa oral, era él quien pedía la teta, ahora son los padres los que le piden a él: "Dale, hacé ahora... hacé
acá... esperá que ya llegamos, todavía no hagas... pedí... avisá". Es
decir que el chico es quien queda en posesión de dar o
no lo que los otros quieren. Y empieza a manejar esto de modo tal que entrega o
no este objeto cuando y a quien se le da la gana.
Por eso son comunes las frases: "que me lleve al
baño mamá" u "hoy quiero que me limpie
papá". Ellos elijen a quién le obsequian este objeto que tanto parecen valorar los demás y al que vive como si fuera un preciado regalo. Después
de todo es una parte de su cuerpo.
Esta actitud despótica y caprichosa es la que ha generado
que a esta etapa se la denomine sádico-anal.
La tercera etapa es la que se conoce como "etapa
fálica" y la preponderancia está dada en el varón por el pene y en la nena
por el clítoris. Es el momento en el cual los chicos se
tocan y los padres nos dicen en sus consultas: "no sé qué hacer, se toca todo el
tiempo".
Pues bien, esto que tanto preocupa a los papás es un
proceso normal y necesario para la conformación psíquica de todo sujeto
humano.
Pero hasta aquí, el chico es aún una suma de zonas
erógenas, no se reconoce como una unidad y todavía no puede decir
"Yo" al referirse a sí mismo. Por eso es común, dijimos, escuchar a
los chicos hablar de ellos mismos en tercera persona. "¿De quién es eso?", le preguntamos. Y él no nos responde:
"mío", sino "de Juan" o "del
nene", según la edad.
Estas etapas del desarrollo psíquico y sexual de una
persona se dan en el
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período al que denominamos "autoerotismo", porque la relación
del chico es con
sus propias zonas erógenas. El mundo y su propio interés giran siempre
alrededor de ellas y aún no está capacitado para dar su amor a los demás porque
ni él es una integridad ni lo son los otros. Mamá, por citar sólo un
ejemplo claro, aún no es mamá, es su pecho. Y, para poder empezar a dar y recibir
amor en el sentido pleno de la palabra, debe formar personas totalizadas y no
objetos parciales.
Pero el psicoanálisis ha descubierto que llegar a esto,
que parecería tan sencillo, algo casi natural es, muy por el
contrario, un proceso lleno de dificultades que le impone al chico un arduo trabajo, y sabemos también que muchas de las di-
ficultades que enfrentamos en nuestras vidas en nuestra
etapa adulta, provienen de alguna falla en el momento de
atravesar alguna de estas fases.
Celos, sentimientos posesivos o agresivos, dificultades
de relación o imposibilidad de darnos permisos para ser felices,
devienen muchas veces de
problemas en la resolución del trabajo que este proceso nos impuso
cuando niños.
Decíamos que, para poder amar, primero hay entonces que
construir a una persona total, ver a mamá y no sólo a su pecho, y el
primer objeto total, la primera persona completa
que el niño desarrolla, es él mismo. Y a este momento a partir del cual el chico deja de decir "Juan" o "el nene" para
referirse a sí mismo y pasa a decir: "Yo", lo
denominamos Narcisismo, y recién después de este proceso, de este "nuevo acto psíquico" —como lo llamó Freud— alguien adquiere la
posibilidad de amarse a sí mismo y a los demás.
El amor se convertirá en un elemento valioso y limitado,
de modo tal que el sujeto debe administrar cuánto se guarda para sí y cuánto da
a los otros. Porque cuanto más se ame a sí mismo menos amor tendrá para el
resto y cuanto más lo
derive hacia el exterior, menos le quedará para cuidar su valor y su
autoestima.
Se trata de guardar un sano equilibrio para evitar caer en
situaciones extremas y enfermizas. De allí la poética y veraz sentencia de Sor
Juana Inés de la Cruz: "El amor es como la sal. Dañan su falta y su
sobra".
Son las psicoterapias y no el psicoanálisis las que le
otorgan una entidad clínica determinada a los problemas
psicológicos devenidos de un mal atravesamiento de esta etapa. Justamente, han
acuñado el término "Trastornos del Narcisismo" para referirse a las características particulares de este cuadro clínico.
También se ha
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incorporado el término "autoestima" (el cual utilizo en varias
ocasiones en este
libro, más por ser de uso habitual de los lectores que por lo preciso).
Teniendo en cuenta que el narcisismo hace referencia a la
adquisición y estructuración del Yo, los así llamados Trastornos del
Narcisismo tendrán que ver, entonces, con dificultades en la constitución de la
personalidad, y con las secuelas que pudieran dar
lugar a diferentes enfermedades.
Decíamos que el mito hacía referencia al amor por la
propia imagen. Entonces, tenemos dos temas: el de la propia imagen, que acabamos de
ü atar, y el del amor. Y dijimos también que al amor hay que administrarlo como
si se tratara de algo material.
Pero ¿cuál es la cantidad de estima por uno mismo que
alguien debe tener para no caer en lo que suele denominarse baja autoestima o,
por el contrario, actitudes
egocéntricas?
Obviamente que existe la posibilidad de que estos
procesos se den sin dejar consecuencias graves, pero para
entender mejor la importancia que esta etapa tiene en la vida adulta de las
personas, vayamos a las derivaciones surgidas del Narcisis- mo patológico, es
decir, de aquellos casos en los cuales no hay suficiente estabilidad en el Yo y
la autoestima está perturbada.
Por lo general, en estos casos, se trata de personas muy
inestables, que cambian con mucha facilidad su estado emocional en relación con
las situaciones. Suelen ser vivaces, divertidas y alegres
incluso, cuando las cosas salen como ellos quieren. Pero si, en cambio, tienen que soportar una frustración, caen en estados
de depresión o de incremento de la ansiedad. Hasta el punto
tal de que nos preguntamos cómo puede ser que esa persona que hasta hace
unos minutos estaba tan bien con nosotros, así de repente y, a lo mejor por un
motivo que ni siquiera es demasiado importante se haya puesto a llorar, no
razone, o sea capaz de un grado tan alto de
agresión.
Estas personas, ante cada complicación sienten que la
situación se les va de la mano, y suelen tomar cualquier comentario que entre
en contradicción con ellos como si se tratara de una agresión personal. Se
desequilibran y, como no pueden resolver de un modo satisfactorio este
desequilibrio, apelan a respuestas enfermas, como, por
ejemplo, la conducta adictiva, o psicopática.
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Pero no debemos deducir de esto que son personas que
siempre se muestran
con baja autoestima, ya que también suele aparecer como mecanismo de
defensa una hiperestima del Yo, lo cual produce una
sobrevaloración de sí mismos. Cuando toman esa postura
maníaca se vuelven intratables, no admiten que se las contradiga, porque ellos nunca se equivocan y jamás reconocerán haber
cometido un error.
Imaginemos lo difícil que es vivir con alguien así. Con
una persona que cree tener siempre la razón, que desvaloriza todo el tiempo a
los que opinan diferente y que intenta degradar a los que
considera valiosos para que jamás nadie los supere.
Obviamente que nos damos cuenta el grado enorme de
inseguridad que presentan estas personas, pero en lugar de manifestarlo
con la actitud de pollito mojado, por el contrario, son
soberbios, altivos y suelen humillar a los demás con sus comentarios. Aparentan
ser muy seguros y autosuficientes, pero hay algo que los delata: esa
imposibilidad de reconocer sus equivocaciones ya que, para poder aceptar los errores se requiere de un grado mínimo de equilibrio
emocional. Siempre es más fuerte el que se cuestiona que el que
proyecta la responsabilidad a alguien externo a él.
Estos sujetos se ven en la obligación de triunfar a
cualquier costo y no soportan la frustración cuando no lo consiguen. Confunden
la parte por el todo. Es decir que el menor éxito los
hace sentir geniales y la menor frustración les deja la sensación de que no sirven para nada.
Pero, por suerte, existe la posibilidad terapéutica de
trabajar para resolver estos problemas.
Suele cuestionársele al psicoanálisis la tendencia a
buscar permanentemente en la infancia la raíz de los
problemas actuales y hay quienes sostienen que es una tontería ir tan atrás en
lugar de encarar el aquí y ahora del conflicto, pero como vemos, la infancia es una etapa de vulnerabilidad e indefensión, y de
cómo el niño pueda resolver los desafíos que se le presentan, dependerá su
posibilidad de ser o no
feliz en la vida.
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