
LÍMITE
(La historia de
Cristian)

Edipo no es una
historia de amor y odio entre
padres e
hijos. Es una
historia de sexo.
JUAN DAVID
NASIO

fui alumno de
la Facultad de Psicología de
la Universidad de Buenos
Aires, tuve la oportunidad de
cursar todas
las materias que la
licenciatura requería y así fue como me acerqué a diferentes corrientes. Escuelas con modos distintos
o incluso opuestos de pensar
el problema del origen
del

caminos para su
resolución. Cada una de
estas vertientes proponía una serie
de conceptos que la
hacían diferente
de las demás.
Pero en ninguna de
ellas encontré la característica fundamental que debe
tener un concepto para ser
considerado como tal para el
Psicoanálisis. Ese rasgo
distintivo es que
cada

da respuesta a
una dificultad generada por la
práctica clínica.
Por eso, mientras
que en otras teorías puede
pensarse en cosas tales
como las intervenciones formales o informales del
terapeuta, el modo de saludar al paciente y muchas otras
cuestiones, para el Psicoanálisis esos temas no

conceptos teóricos ya
que no surgen de
la necesidad imperiosa
de encontrar un sustento a
un problema clínico.
En
reiteradas ocasiones escuché decir que el
Psicoanálisis
era una técnica antigua porque
se apoyaba todavía en
los conceptos originales
que surgieron de

freudianos hace más
de un siglo. Me causa
gracia esa crítica ya que,
con el mismo
argumento, podría
cuestionarse la ley de
gravedad y, lamento
decir esto a los
amantes de las novedades, pero
han de saber que las cosas que soltemos de nuestra mano y cuyo peso sea superior al
del aire, seguirán

puedan creerlo.
Pero de todos
modos, cabe aclarar que
algunos analistas no tenemos
una actitud dogmática y
cerrada. Por el contrario,
todo el tiempo estamos poniendo
a prueba
nuestra teoría y buscando nuevos
conceptos para los problemas
a los que nuestras herramientas teóricas

responder. Melanie Klein, Jacques Lacan,
Jean Allouch o Silvia
Bleichmar son pruebas
de este ejercicio permanente que no se detiene.
En el tiempo
que llevo ejerciendo la práctica
clínica he tenido oportunidad
de comprobar en todos mis
pacientes
la vigencia de los
pilares
conceptuales del

la castración, la transferencia, los avatares
pulsionales o el Edipo.
Pero tal vez
este sea el caso en
el que ese
concepto se me presentó del modo más descarnado.
Conocí a Cristian
en un evento social. Había
notado

me estuvo mirando
y que incluso más de
una vez se paró cerca
de mí. Pero
no le di demasiada importancia
al asunto. Podía no ser más que una impresión errónea
de mi parte.
Cuando me estaba
retirando se me
acercó muy nervioso, se presentó
y me preguntó si existía
la

una entrevista.
Según me adelantó, no se
sentía bien, estaba
tenso y por
momentos angustiado. Le
dejé mi
teléfono y nos despedimos.
Esto fue un sábado. El día lunes, a
las diez de la
mañana, tenía cuatro
mensajes suyos, razón
por la cual comprendí su
ansiedad por que coordináramos
una

llamé y quedé
en verlo ese mismo día
a las diez
de la noche.
Llegó
puntual. Vestía ropa deportiva y
llevaba un raquetero.
—Cristian,
disculpe el horario, pero era el único que tenía disponible
y, como me llamó varias
veces, no quise postergar el
encuentro.

agradezco que me
haya
respondido con tanta
premura, de verdad;
y disculpe la insistencia,
pero hace un par de días que ando con una idea en la cabeza que me atormenta y no
me deja en paz.
—¿Y cuál es esa idea?
Se toma unos
segundos y
comienza a hablar.

hace unos dos
meses y no puedo pensar en
otra cosa.
—¿Y qué es
lo que
piensa?
—Cuando me acuesto, por ejemplo,
me lo imagino en el cajón, en la
soledad del cementerio,
en esa oscuridad sin fin
y no puedo
sacar esas imágenes de mi
cabeza. ¿Sabe?, mi viejo
está en un

dejamos allí fui
el último en tocarlo. Apoyé mi
mano unos minutos,
después me hice a
un lado para
que pusieran la tapa y me quedé un
rato antes de irme. Me
daba culpa dejarlo solo. Luego empecé a retirarme y
al llegar al
final del pabellón me
di vuelta y
¿sabe qué?
—No.

precisión cuál era su lugar — me mira—.
Era uno más en
una larga colección
de cuadrados de mármol
que ya no le importaban a nadie.
—Bueno, al parecer
a usted sí le importa.
Hace silencio.
—Cristian, cuénteme
cómo era su vínculo con él.
Sonríe.

tuvimos una relación
muy
linda, éramos muy
compañeros. Es más,
yo soy profesor de tenis
y él tuvo mucho que ver con
eso.
—¿Ah, sí?
—Sí. Me alentó
desde
chico con esta
profesión, me enseñó los primeros
pasos y después se encargó
de ponerme en buenas
manos y

—Bueno, eso se
escucha muy bien. Pero usted dijo que la relación fue
así durante su
niñez. ¿Qué pasó después?
Piensa.
—La verdad es que no sé.
Pero de a
poco nos fuimos alejando y
empezamos a llevarnos mal.
—¿Recuerda cuándo
ocurrió eso o a partir de qué?

—No, no me acuerdo.
—¿Nunca habló con su
papá acerca del
motivo de
este distanciamiento?
—No. Nunca me animé a hablar con él.
Hace un gesto
extraño. Alguna idea debe
de haber pasado por su cabeza.
—Dígame,
Cristian, ¿en
qué pensó?

—Nada, una tontería.
—Me gustaría que
me lo
dijera igual.
—Como
quiera. Pensé en que, de
adolescente, siempre tuve la idea de que no era hijo de mis
viejos. Pero bueno, supongo que todos
los chicos fantasean en algún
momento con eso.
Sonríe.

—Que incluso pensé
en
hacerme un ADN, para ver si
no era hijo de desaparecidos.
—Ajá. ¿Y por
qué no lo
hizo?
—Porque mi duda
no
tiene ningún
fundamento.
—¿Por qué no?
—Porque yo soy
igual a
mi viejo, físicamente,
digo. Tengo su misma
cara, sus

cosas de su
carácter. No hay duda posible,
Gabriel, él es mi padre.
Asiento.
—Comprendo. ¿Y con su
madre?
—¿Con mi madre, qué?
—¿Tampoco habló con
ella acerca de
esta duda que
tenía sobre su origen?
Me mira como
si le

—No. Si con mi viejo era difícil, con
mi mamá es imposible. Usted
no la conoce, pero no
se puede hablar con ella.
—¿Ah, no? ¿Y por qué? —Porque está enferma.
—¿Qué tipo de
enfermedad?
Siento que el
tema lo
incomoda, o lo avergüenza.

Se la pasa
alcoholizada todo el día.
No sale nunca
de su cuarto, está siempre
con las persianas bajas, acostada
en medio de la oscuridad.
—Casi como su
papá, ¿no? Con la diferencia de que en lugar de
estar en un
cementerio, ella vive
enterrada en una pieza.
Siento que acusa el golpe

—¿Y usted, Cristian?
—¿Yo qué?
—¿Usted también vive en
un mundo oscuro?
Se queda pensando. —Puede ser.
—El de su
padre es el
cementerio, el de su madre su cuarto. ¿Cuál
cree que es el
suyo?
Suspira.

soy, de que
mi viejo ya no esté —se detiene
y me mira —. Recién me
preguntó si no había
hablado con él.
Y no, no hablé a tiempo. Y hoy está muerto, y ya es
tarde.
Se ha angustiado.
Se castiga por no
haber podido hablar con su padre y por
sentir que todo es
irremediable. Sin embargo,

—Bueno, es cierto.
Para hablar con su
padre ya es tarde. Pero para
hablar con su madre
todavía tiene tiempo,
¿o no?
Luego de tres
entrevistas decidí
aceptar a Cristian como paciente y
comenzamos a trabajar en el diván. Era un

muy agradable. Sabía
que le gustaba mucho a
las mujeres y, sin embargo,
nunca salía con ninguna. Por
momentos su discurso era
jovial pero, cuando el tema
que lo obsesionaba volvía a su pensamiento, él también
era devorado por esa
oscuridad enorme a la
que tanto le temía.

después de haber
comenzado con el tratamiento
me comentó que seguía
muy agobiado
por esta situación. Para ese
entonces ya nos tuteábamos.
—Vivo atormentado,
Gabriel. Te lo
juro. Desde que me voy
de acá hasta
que

lo que hablamos
y, por momentos, no entiendo
para qué vengo,
para qué sigo haciendo todo
este trabajo con
vos si estoy
parado siempre en el mismo
lugar.
Las urgencias
emocionales de los
pacientes no siempre se
condicen con los tiempos que
demanda el análisis y muchas
veces he

Pero aprendí que
lo mejor es contrastarlos con
el hecho de que este
es un espacio
que ellos eligen y
que pueden dejar de venir
si lo desean. Excepto cuando
el paciente está en riesgo
de vida, en cuyo caso
desaconsejo firmemente
el abandono del tratamiento, creo
que lo mejor es abrirles las
puertas para

que el análisis
es importante para ellos.
—Bueno,
Cristian, nada te obliga a seguir viniendo. Y sin embargo
lo hacés, llegás puntualmente cada
semana y, por sobre todas
las cosas, hablás, que es
lo importante. Algún motivo debe
haber para que esto
sea así, ¿no te
parece?

—¿En qué te
quedaste
pensando?
—En mi vieja.
Desde aquella primera
charla no había
vuelto a hablar de ella.
El tema de la relación con su
padre, de su culpa y
sus pensamientos obsesivos en
relación a él habían monopolizado
las sesiones.
Por eso me
pareció

esta puerta.
—¿Qué pasa con tu
madre?
—Pasa que me exaspera.
—Bueno, en la
primera
entrevista dijimos que,
por suerte,
todavía estaba viva y
que con ella
aún se podía
hablar. ¿Te
acordás?
—Sí.
—¿Lo intentaste?

en vano.
—¿Por qué decís eso?
—Porque cuando tomo
coraje y me
acerco, empieza con sus boludeces de siempre y ya
está, se me
van las ganas.
—¿De qué se
te van las
ganas? ¿De
saber?
Niega.
—No, eso no.

—Es que¼ Es tan
depresiva que me
cansa. Y encima ahora empezó
a demandarme
como si yo tuviera que
ocupar el lugar que tenía mi papá.
—¿A qué te referís? Se queda pensando.
—El otro día,
por
ejemplo, me dijo
que la acompañara al banco
para

¿Te das cuenta?
Quiere que yo me encargue de todo.
—¿Y eso te molesta?
—Y claro que me
molesta. Yo soy
tenista, no administrador de bienes. Pero de todo esto, ¿sabés
qué es lo
que más me jode?
—No.
—Que sé que
al final lo
voy a terminar haciendo.

hacer si te molesta tanto?
Menea la cabeza.
—Porque no me
queda
otra. Mi mamá
siempre fue una inútil.
—Ajá. ¿Así
que siempre fue
una inútil? ¿Te
referís a este
tema de los
trámites o
estás hablando de otra cosa?
Silencio.
—Gabriel, mi vieja nunca

de que, cuando era chico, ella ya estaba
en su mundo
y ni siquiera se ocupaba de mí — pausa—. Por
suerte estaba Delfina.
—¿Y quién es Delfina?
—La chica que
trabajaba
en casa —sonríe
por el recuerdo—. Era una
piba divina, que siempre
resolvía todo, porque si
hubiese sido

hubiera ido a la escuela.
Algo que aún
no puedo identificar aparece en mi pensamiento.
—Cristian,
¿vos nunca te preguntaste por qué
tu madre
actuaba de esa manera?
Duda.
—Supongo que porque
era débil.
—¿Estás
seguro? ¿Sería

habría algo más detrás de ese
comportamiento?
—Puede ser. De
hecho¼ —se interrumpe.
—De hecho ¿qué?
Le cuesta hablar. Como si
algo estuviera reteniendo
sus palabras.
—Me vino un
recuerdo muy feo.
—Contámelo.

agarrada que tuvimos
cuando yo era adolescente,
me dijo que ella estaba
así por culpa mía.
—¿Tuya? ¿Eso dijo
tu
mamá?
—Sí.
—Pero ¿por
qué? ¿Qué
culpa podías haber
tenido
vos?
—Algo que no
pude

—¿De qué estás
hablando?
Pausa.
—Mi culpa fue
haber nacido.
No dije más nada y di por terminada la sesión.
Ser un hijo
deseado es la
primera condición que

psicológicamente sana. Por supuesto que
no la garantiza, ya que
pueden ocurrir
muchos episodios que
generen traumas o
dolores. Pero cuando alguien
no ha sido deseado por
sus padres, necesariamente eso hace
que llegue a este
mundo con una carga muy
pesada, con un conflicto interno
que tendrá

Y aclaro que
no es lo mismo decir
de un hijo
que ha sido deseado que decir que ha sido
buscado. Muchas veces un embarazo
se produce sin que
haya estado en la intención
de la pareja que esto
suceda y, sin embargo, desde
el momento en el que
deciden que ese embarazo continúe,
sus

proyectos se ponen
en movimiento.
He allí un
hijo deseado.
En otras ocasiones,
en cambio, la búsqueda
del embarazo se da
de un modo tan obsesivo
que suele perderse de vista el deseo por el hijo y lo que
ocupa el lugar privilegiado
es el hecho mismo
de conseguir la

situaciones suelen traer consecuencias a
veces muy duras para las
parejas: las desgasta, e incluso,
hasta puede
llegar a destruirlas.
En esos casos, el
hijo producto de estos embarazos,
a pesar de haber sido
muy buscado, no es necesariamente un
hijo deseado,
porque la obsesión pasó por encima del
deseo.

que un hijo
deseado es el fruto de
dos personas que se
desean la una
a la otra, independientemente
de que el embarazo
haya sido buscado o no.
Y en este
caso, por lo que Cristian
contaba de sus padres, esto
no parecía haber sido así,
y los dichos
de su madre le agregaban una
cuota de dramatismo a su situación.

volvió a surgir
algunas sesiones después.
—Esta sí que
fue una semana dura. Casi te pido una sesión extra.
No sabés, tuve unos días tremendos.
—Contame, ¿qué pasó? —Mi vieja.
—¿Qué hay con tu

—Está loca. Ahora quiere
que vuelva a vivir con ella.
—A lo mejor te extraña. Se sonríe con ironía.
—Qué me va
a extrañar.
No, Gabriel, no
me lo pide desde
el amor, sino
desde la bronca.
—¿Cómo, desde la
bronca?
—Sí. Está mal,
sola,

la banque en
este momento como ella me tuvo que bancar a mí
toda la vida.
La puta madre —se queja.
—Ah, tiene que ver con la puta madre,
entonces.
Silencio.
—Y¼, algo de
eso hay
—pausa—. Lindo regalo
me dejó mi viejo
al morirse. Un cachetazo más.

pregunto.
—Cristian,
acabás de decir que tu
padre, dejándola a tu cargo,
te dio «un cachetazo más».
Decime,
¿cuáles fueron los otros?
Se paraliza. Es
como si mi pregunta
lo hubiera remontado
a una situación traumática o al
menos angustiante. Le doy el
tiempo

—En
realidad, que yo recuerde, mi
viejo me pegó una sola vez en la
vida.
—Ajá. ¿Y por qué fue?
Nuevamente se queda
callado. Pero puedo
percibir cómo el recuerdo va ganando un lugar en
él hasta invadir toda su emoción.
—Contame,
¿qué fue lo que generó
que tu padre
te

—Yo tendría quince
o dieciséis
años, más o
menos. ¿Te acordás de
que te hablé de Delfina,
la chica que
trabajaba en casa?
—Sí, claro.
—Bueno, serían las
seis
de la tarde.
Ella había terminado de planchar la ropa y
se había ido
a duchar. Y yo¼ —se detiene—.
Me da

—Pero de todos
modos deberías
hablar de eso,
me parece.
Decime, ¿vos qué
hiciste?
—La espié. La
espié durante un largo
rato. Hasta que en un
momento ella se dio cuenta de que
yo la estaba mirando y se
quedó paralizada.
Se va angustiando
cada

acelera y su
voz toma un temblor nervioso.
—¿Y vos
qué hiciste al comprobar que
te había
descubierto?
—Entré.
Le cuesta
muchísimo
hablar, pero sé
que debo incitarlo a seguir contando lo que pasó.
—Seguí,
Cristian. Es

—Bueno, eso. Que aproveché que estaba desnuda y me metí en su baño.
—¿Y no tuviste miedo de que ella
gritara, de que te
delatara?
—No, eso no iba a pasar.
—¿Cómo estabas tan
seguro?
—Gabriel,
Delfina era muy pobre y
necesitaba el

mamá la odiaba,
que la tenía entre ceja y ceja
y que estaba esperando la menor
excusa para echarla a la calle. No, no iba a delatarme.
—Cristian, ¿vos
querés decir que porque era pobre no
tenía derecho a decir que no? ¿Que
por ser rico
podías aprovecharte de
ella porque
no tenía salida?

—No me juzgues.
—No te juzgo,
Cristian.
Sólo te devuelvo
lo que vos mismo dijiste.
—¿Y vos, qué pensás?
Tenía una opinión
sobre
lo que Cristian
había hecho. Pero no es
mi lugar como analista volcar
mis ideales en el marco del análisis. Por eso no respondo a
su pregunta.

más absoluto.
—Yo sé que
estuve mal. Pero es que
Delfina¼ —se interrumpe.
—¿Delfina qué?
—Me calentaba tanto. Era
tan joven, tan linda y yo vivía alzado con
ella. Me volvía loco. No
sé si era
la edad o qué. Pero
la cuestión es que
me mandé. Y
cuando estaba

—¿Qué pasó?
—Entró mi viejo,
de
golpe, hecho una
furia. Me agarró del cuello,
me apretó contra la pared
y me sacó a
trompadas del baño. Él nunca me había pegado
antes, pero ese día estaba
descontrolado.
Casi me mata¼
Se hace
un silencio pesado.
Cristian está muy

—Cristian, no te
detengas.
—Delfina
salió corriendo de la ducha
y se metió
en el medio para defenderme.
Le gritó que no me pegara más, y me parece que
incluso ligó algún golpe de mi viejo.
—¿Y vos?
—Estaba muy asustado.
Lloraba y no
escuchaba bien

teniendo, pero sé
que ella lo enfrentaba.
—¿Y después qué paso?
—Todo mal. Ese
mismo
día ella dejó
de trabajar en casa. Se
ve que mi
padre la echó.
—¿Lo sabés o lo
sospechás?
—Bueno, yo no
estuve presente en la
charla, pero lo

volvió nunca
más.
—Tal vez se
fue por su cuenta.
—Pero ella necesitaba
el
trabajo. ¿Por qué se iba a ir?
—No lo
sé. ¿Vos qué
creés?
Cristian no dice
nada. Espero unos minutos para que busque una respuesta
posible y se haga
cargo de lo que

se flagele con esto, pero sabía que si
no se responsabilizaba de sus actos
y las consecuencias que generaron, este tema
lo iba a
perseguir siempre.
Aquella sesión, a pesar de ser muy
difícil para Cristian,
demostró que había

confianza conmigo. No fue
nada fácil para él contar algo que lo avergonzaba
tanto y que generó consecuencias tan graves.
La relación con
su padre se había deteriorado
y no pudo ser recompuesta
jamás. La culpa por haber ofendido e incluso dejado sin
trabajo a Delfina, por quien
sentía un

grande y, además,
yo intuía que la dificultad
que tenía para relacionarse con
las mujeres
estaba íntimamente ligada a esta vivencia.
Pero ocurre que cuando la transferencia se instala de ese modo, el
camino del análisis toma un rumbo
diferente. Por eso la siguiente
sesión fue determinante.

—Me gustaría que
me lo
contaras.
—Bueno. Yo estaba en el zoológico
frente a la jaula de los leones. Veía
cómo algunos
dormían tirados al sol, otros
dos caminaban pacíficamente.
Era una escena tranquila. De
pronto un león

a rugir como enloquecido, fue directo hacia
uno de los
que venían
caminando y se trenzaron. El otro
desapareció dentro de la
cueva esa que tienen y
no lo vi
más. Pero aquella escena, que
parecía tan
tranquila, se empezó
a volver
trágica, porque los leones se
lastimaban y uno de ellos
empezó a sangrar.
Me

—A ver, Cristian, ¿qué se te ocurre
con respecto a este
sueño?
—Nada —se resiste.
—Decime lo primero
que
se te venga
a la mente.
¿Por qué creés
que ese león
se
puso tan loco?
—No sé. Creo
que se enojó con el
otro, tal vez se
puso celoso.

ponerse celoso?
—Porque el otro
venía caminando con la leona.
—Ah, era una leona. Silencio.
—La que después
desapareció, ¿no?
—Sí.
—Desapareció, como
Delfina —pausa—. Decime, Cristian, ¿creés
que este

con la escena que me contaste el otro
día? ¿Que tu
padre y vos podrían ser
esos dos
leones que están peleando?
—Puede ser.
Le cuesta seguir.
—Pero en tu
sueño, esos
machos pelean por un hembra que los
dos querían para
sí. ¿Eso fue lo
que pasó en realidad? ¿También
vos y tu

por una hembra
que ambos
deseaban?
Cristian está
confundido.
—No entiendo. ¿Qué
es
lo que querés decir?
Está cerrado. Debo cambiar la manera
de abordar el tema.
—Voy a hacerte
otra pregunta. ¿Creés que entre tu padre y Delfina
había algo

Quiero decir, si pensás que tu padre se acostaba
con ella.
La reacción de
Cristian me sorprende. Se incorpora y se sienta en el diván. Me mira de frente casi
ofendido.
—¡De ninguna manera! Esa chica
estuvo en mi
casa desde que yo
nací. Era como de la familia.
—Sí, claro. Era «como de

familia. De hecho, vos mismo me dijiste
la sesión pasada que tu
madre la tenía
entre
ceja y ceja, ¿te acordás?
—Sí.
—Y en otra
ocasión,
dijiste también que te culpaba a vos
de su depresión. Aquello que
vos llamaste: «tu culpa de haber
nacido» — silencio—. Y siendo
que

llegó en el
mismo momento en el que
vos naciste, es probable que eso
haya tenido algo que ver con la depresión
de tu madre, ¿no creés?
Lo miro. Está
desencajado.
—¿Qué querés decir?
—Que a lo
mejor no fue
tu nacimiento, sino la llegada de una
mujer deseada por tu

depresión de tu mamá.
Se resiste aún más. Cubre su rostro con
las manos. Está nervioso y se pone de pie.
—No te entiendo.
—Cristian, sentate.
—Lo que pasa es que¼
—Sentate. La sesión
aún
no ha terminado.
Me mira casi
con bronca. Pero, como dije,
la relación

podía permitirme una
intervención así. Volvió
a sentarse en el
diván con un gesto de
contrariedad.
—Perdoname,
pero me estás confundiendo. Además, si hubiera
sido la amante
de mi papá, ¿por qué él la habría
echado, entonces?
—Bueno, no estamos seguros de
si él la
echó o si

avergonzada —lo miro—,
o por algo más.
—¿Algo más? ¿Por
qué sos tan retorcido?
¿No está todo claro? El
hijo de los patrones
la había querido coger de
prepo. ¿Ese no te
parece un motivo suficiente?
—Puede ser. O
puede
haber otro más grande aún.
—¿Y cómo saberlo?

palabras. Va a
ser una intervención compleja.
—Cristian, vos dijiste que ya no podías
hablar con tu padre, porque
estaba muerto; y tampoco con
tu madre, porque está loca
y encerrada en su cuarto
—pausa—. ¿Y Delfina, Cristian? ¿No
se te ocurrió hablar con
ella para
saber qué fue lo que pasó?

callado. Uno, dos minutos.
—Bueno, ahora sí. Andá. Se pone de pie y se va en
silencio.
Cuando una sesión
es tan movilizante, por lo general es de esperar
que puedan
producirse reacciones
diferentes en el
paciente. La
primera es que sus
mecanismos de defensa
se

inmediato e intente
hacer de cuenta que nada de lo visto en esa sesión
ha ocurrido. En esos casos
se levanta una fuerte resistencia
y lo mismo que antes
generó tanta emoción es ahora
percibido como poco importante.
La potencia afectiva del
tema trabajado
se desplaza y el paciente viene como
si nada

si el análisis
avanza, el tema suele retornar,
lo cual nos permite
elaborarlo.
La segunda posibilidad es que falte
a la próxima
sesión o, incluso, que
no vuelva más, que abandone
el tratamiento.
En otros casos,
en cambio, lo que
ese paciente pudo percibir ha
sido tan

Le muerde el
cuerpo, no lo suelta, lo
angustia, lo cuestiona y no
le queda otra alternativa más
que hacer algo con eso
que se le impone.
Fue lo que
pasó con Cristian.
A la semana
siguiente, cuando llegó al
consultorio, estaba nervioso y confundido.

parecía ser él.
—La sesión pasada
me fui muy movilizado.
Lo que me dijiste me daba vueltas en la cabeza y sentí
la necesidad de ver si
podía averiguar la verdad de
lo que había ocurrido.
—¿Y qué hiciste?
—Me contacté
con la
hermana de mi papá.

que ver ella en esta historia?
—Porque
Luisa, la mujer que trabaja
en su casa
desde siempre, había sido quien nos había recomendado a Delfina. Creo que
eran medio parientes o algo así. De modo que fui
a lo de
mi tía, obviamente sin decirle
para qué,
fingiendo una visita
de cortesía que
no le hago

hablar con Luisa.
—¿Y qué te dijo?
—Que hacía mucho
tiempo que no
la veía, años. Pero tenía una
dirección en la que no sabía
si seguía viviendo o no.
—¿Entonces?
—Entonces me armé
de
coraje y fui
hasta allí — suspira—. No
tenés una idea

llegué, estacioné el
coche en la esquina y
me quedé adentro como una
hora, sin saber bien si
bajarme y tocar timbre o irme a
la mierda.
—¿Y qué hiciste?
—Bajé. Caminé
hasta su
casa y llamé.
—¿Qué pasó?
Mueve la cabeza.
—Pasó que otra
vez

tengo nada.
—¿Ya no vive allí? —Sí y no.
—¿Cómo es eso,
Cristian?
—Me atendió su
hija, y me contó que hace poco tuvo un ACV y que
la tuvo que
internar.
—¿Vos le
dijiste quién
eras?

ella me abrazó
y me hizo pasar.
—¿Te abrazó? Asiente.
—Después me invitó
un
mate y conversamos
un rato. Me dijo que su mamá siempre le hablaba
de mí. Incluso
me mostró una foto
que conservaba
de cuando yo era
un bebé. Delfina
me tenía en

—Contame cómo te sentías.
—Abrumado.
Miraba a esa chica que
me trataba tan bien. Claro,
ella no sabía
lo que yo le
había hecho a su mamá. Pero ¿sabés qué fue lo que más
me llamó la
atención?
—No.
—Que su
rostro me

que en mi
memoria todavía guardo los rasgos
de Delfina cuando tenía su
edad. Deben
parecerse, ¿no?
Pausa.
—Y después, ¿cómo
continuó todo?
—Me dijo que el
domingo iba a ir a visitarla y me invitó a
que la acompañara.

—Primero me quedé
callado. No sabía
qué responder.
Pero luego sentí que al
menos eso le
debía. Una disculpa que
quizás ya no iba a poder entender.
Se detiene.
—¿Qué pasa, Cristian?
—Qué horror. No sabes lo
espantoso que es
el lugar en el que está
internada.

sitios a los
que mi profesión me ha llevado.
Pero no es eso lo que importa
en este momento.
—¿Y? ¿La pudiste ver? Asiente.
—¿Y cómo la
encontraste?
Comienza a llorar suavemente, con una
profunda tristeza.

recordaba joven, alegre, linda. Y
ahora, en cambio,
la vi tan arruinada.
Parecía una anciana a pesar
de que debe tener apenas
cincuenta años.
Pero vos sabés¼
—¿Qué cosa sé?
—Que la vida
es cruel
con los pobres.
—¿La vida es
cruel con los pobres, Cristian?
¿Como

Delfina?
Acusa el impacto, pero sé que es
lo que está
pensando. Se queda mudo
durante un rato y al final asiente.
—¿Y cómo fue el
encuentro?
—Silvina,
la hija, me dio
la mano y
nos acercamos. Nos sentamos en la cama y le dijo: «Mami, mirá
quién vino

—¿Y ella qué hizo?
—Me miró un
largo rato
sin gesto alguno. Hasta que se
puso a llorar y¼
—¿Y qué?
—Y balbuceó mi nombre.
—¿Y vos qué hiciste?
—Te juro que
no sabía
qué hacer. Hasta
que al final la abracé y, sin
darme cuenta, me puse a llorar con ella.

para que se recupere un poco de la emoción.
—Te
reconoció, Cristian. Entonces, no es
cierto lo que dijiste, que
no tenías nada. Por el contrario,
tenés mucho.
Asiente,
aunque no creo que comprenda
lo que estoy queriendo decirle.
—No entiendo cómo pudo reconocerme
en ese

tiempo.
Está muy vulnerable, pero es el
momento de poner sentido a algunas
de las cosas que todavía no puede unir. De modo que le hablo en un tono neutro, tratando
de que me escuche más
allá de su emoción.
—Cristian,
cuando me contaste la escena en la que tu

Delfina y él
discutieron. Y allí hay un
borrón en tu memoria. ¿Por
qué creés que recordás lo
que hiciste, la paliza que te dio
tu padre y no la
discusión que él
tuvo con
Delfina?
—No lo sé. Pausa breve.
—Intentalo. Decime, ¿qué
se dijeron tu
padre y ella

Cristian
empieza a llorar. El recuerdo
reprimido durante tanto tiempo comienza
a aflorar.
—Ella le decía
que no se le ocurriera
ponerme una mano encima y
él le gritaba:
«¿¿¿Estás loca¼ estás
loca???»¼
Le cuesta seguir.
—¿Y qué más, Cristian?

continuar, por vencer
sus resistencias.
—Y después me
miró y me dijo: «Vos
no te podés acostar con esta
mujer».
Lo ha dicho.
Con toda claridad. Por eso
le doy unos segundos para que
lo procese.
—Cristian,
¿qué sentiste el domingo cuando
la
abrazaste?

—Fue muy raro.
Tan
intenso que, como te dije, me hizo llorar.
Sentí algo familiar. Fue un
abrazo tan
fuerte¼
—¿Qué?
—Fue como el abrazo que
siempre necesité y
que mi madre nunca me dio.
Decía Freud que
una
interpretación realmente

cuando el paciente ya la tiene por sí mismo en la
punta de la lengua. Y así
es en esta ocasión.
—Bueno. Tal vez
porque sea la primera
vez que tu madre te abraza de
verdad.
Silencio.
—¿Qué me querés decir? —Que si
todavía querés
saber cuál es
tu origen, a lo

hacer ese estudio de ADN que
deseabas realizar
en tu
adolescencia.
—No entiendo. Pausa.
—Cristian, tu madre
siempre maltrató a
Delfina. Te maltrató a
vos. Tu padre mantenía con
ella una relación distante, pero
sabía que te cuidaba muy bien, que

En una sesión,
al comienzo, dijiste que sabías que no eras adoptado, que
no había duda posible, porque
te parecías mucho a tu
padre, ¿lo
recordás?
—Sí.
—¿Y a tu
madre,
Cristian?
¿También te parecés a ella?
¿Tampoco allí hay duda posible?
—pausa—. Y

rostro de Silvina
te resultó familiar. ¿Será como
dijiste que es porque
te recuerda a Delfina cuando
era joven, o
será porque se parece a vos?
Cristian
enmudece. Pero debo seguir.
—Habías
reprimido el recuerdo de la discusión entre tu padre y
Delfina, y siempre que se reprime
algo es por

pausa—. Pero ahora
pudiste recordar y me contaste que tu padre te gritó
que no podías acostarte con
esa mujer. A ver, ¿por
qué creés que
vos no podías acostarte
justo con
ella?
Llora
desconsolado. Pero sé que puede escuchar lo que le digo, por eso
continúo.
—Y Delfina, a pesar de

las sombras del ACV logra
reconocerte, nombrarte
y
abrazarte, como vos
mismo sentiste,
con ese abrazo
tan familiar —pausa—. Decime qué estás pensando.
Le cuesta mucho
hablar.
Apenas si puedo entenderlo.
—Gabriel, ¿vos creés que
ella es mi mamá?
—No lo sé.
Pero si

averiguarlo. No es
tarde para
eso, ¿no?
Está confundido y
angustiado. Se sienta
en el diván y me
mira con enorme desolación. Sus
ojos están rojos y llenos de lágrimas.
—No lo sé. Te lo juro. No sé si quiero
saberlo.
—¿Por qué?
—Porque no sé
si quiero

estuve a punto de violar a mi mamá.
Esa frase tremenda
y potente
queda sonando en el aire. Creo que
no hay una pregunta más
fuerte que Cristian pueda llevarse.
Por eso me pongo
de pie adelantando el final
de la sesión.
—Cristian,
vos decidís.

obligación. Pero dejame decirte que
cuando pasó aquello vos eras un chico, un chico avasallado
por su pulsión sexual y que no tenía idea de
que, quizás, la
mujer que estaba deseando
era su madre. Además,
una vez dijiste que te sentías muy solo —asiente—. ¿Quién
te dice? A lo mejor
no estás tan
solo

hay una hermana
y alguien que siempre, lo sea o no, te ha querido como una
madre, ¿no
te parece?
Se me arrima
desconsolado. Tengo la tentación de
abrazarlo. Pero no. Esta vez
tiene que llevarse esa angustia.

de esta historia, pero sólo esta parte es la que
Cristian me ha autorizado a contar.
El resto le pertenece. A él, y a nuestro análisis.
Cuenten el final q pasó es o no la madre
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