
fue el sexo
De todos
los conceptos teóricos
del Psicoanálisis, quizás el
complejo de Edipo sea el más
difundido y, por
consiguiente, el más
deformado en su esencia.
Nos hemos acostumbrado a pensar
en él como
la

hijo y el
padre del género
opuesto. Así, se
dice con liviandad que el
Edipo hace referencia a la predilección de las nenas por el
padre y de los varones por la
madre. Lo mismo se daría
en el sentido opuesto: en
relación a la debilidad que
tendrían las mamás por los
hijos y los papás por
las hijas. Incluso

último con el
nombre de complejo de Electra.
Pues bien, esto
es un error. No existe
tal concepto en Psicoanálisis, ya
que las diferencias entre un
mito y otro son cruciales
y no se trata de
describir simples preferencias aparentes, sino de dar cuenta de
una vivencia infantil que estructura
el

qué alguien es
como es, los motivos de su
elección sexual e incluso su
modo particular de disfrutar o padecer.
Sexualidad y
Psicoanálisis van de la mano, pero es
indispensable aclarar que no se
trata de cualquier sexualidad. No
es la de la biología, ni la
de la de la sexología y mucho
menos la

tampoco se postula
como alguien que tiene
un conocimiento
sobre el tema sino que,
contrariamente, sostiene la imposibilidad
de un saber acerca del sexo. Para el Psicoanálisis la
sexualidad es, antes que
nada, un enigma.
Pero, para acercarnos a un concepto tan complejo,

antes qué tiene
para decir la mitología de Tebas,
la ciudad de las siete puertas.
Cuenta
Sófocles en su tragedia Edipo
Rey, que antes de que Edipo
fuera concebido, sus padres, Layo y
Yocasta, estaban muy
afligidos porque no
lograban
descendencia. Decidieron,

para saber cuál era la causa de su
infortunio. Pero la respuesta de este
los llenó de estupor:
«Sobre vosotros se ceñirá la
más cruel de las
desgracias si llegarais a tener un hijo, pues
está escrito que este matará
a su padre
y se casará con su propia madre».
Tiempo después, y a pesar de este
consejo, la mujer dio a

la advertencia oracular,
Layo mandó a uno
de sus más fieles vasallos a
que llevara al recién nacido al
monte Citerón y lo asesinara.
El sirviente, abrumado por la orden
recibida, llevó al niño hasta el lugar pero no se animó a matarlo.
Lo ató por los pies, lo colgó
de un árbol y lo dejó
allí abandonado e

nombre de Edipo,
que en griego significa «el
de los pies hinchados».
Al quedar solo,
el niño comenzó a
llorar y su
llanto llamó la atención de un pastor que, no lejos de allí,
guardaba los rebaños del
rey de Corinto. El hombre se acercó hasta el árbol y se sorprendió al ver la
escena que se

Liberó al niño
de su atadura y, sin
saber qué hacer,
lo llevó hasta la
corte y se presentó ante
Polibio y su esposa, Peribea,
quienes gobernaban
la ciudad. Como ellos no
habían podido tener hijos, se
alegraron mucho con la llegada del
bebé, lo adoptaron y lo
criaron con gran cariño. De hecho, fueron

nombre de Edipo.
El tiempo pasó
y el niño se convirtió
en un joven virtuoso que
asombraba a todos con su
fuerza, su valor y su
destreza en los
juegos gimnásticos
que, como se sabe, eran algo
muy valorado en aquella época. Pero en una ocasión tuvo una pelea con un muchacho de
su edad y este

que él no era hijo legítimo de los reyes de
Corinto.
En cuanto Edipo
oyó tal aseveración corrió al
palacio y les preguntó
si en verdad eran sus
padres. El rey, entonces, le
confesó todo lo que sabía.
Edipo quedó triste y consternado
y movido por el deseo
de saber cuál
era su origen decidió partir a Delfos

respuesta que recibió
lo angustió aún más,
ya que no podía
ni creer, ni
descifrar aquellas
palabras: «No retornes jamás a tu país natal si no
quieres ocasionar la muerte de
tu padre y
casarte luego con tu madre».
Al escuchar esto,
Edipo decidió no volver
más a Corinto, puesto que
allí

consideraba sus padres
y su patria.
Pero en su
peregrinar, la fatalidad quiso que se cruzara con un
grupo de personas que,
de mal modo,
le ordenaron que se apartara del camino
para que pudiera pasar el carruaje
real. El joven
no soportó la
arrogancia de aquellos

En la pelea
perdió la vida
el más anciano de todos, que no era otro que
Layo. De este modo se
cumplía la primera de las profecías
oraculares. El joven
acababa de matar
a su padre, aunque no lo supiera.
Luego de este
suceso, Edipo siguió su
camino buscando datos acerca de sus progenitores.

Tebas, que había quedado sin rey por la muerte
de Layo, era asolada por un
monstruo: la Esfinge. Este horrendo animal esperaba
en lo alto de una colina a
los peregrinos que pasaban para proponerles un enigma, una
adivinanza. Si el
caminante no era
capaz de resolverlo, lo cual
ocurría siempre, el monstruo
lo

Los tebanos, asustados, decidieron entonces
conceder el trono vacante y la mano de la reina viuda a quien liberara a Tebas de la
Esfinge.
Cuando Edipo pasó
por allí se vio sorprendido por esa especie de ave de gigantescas alas que tenía la
cabeza y las extremidades de una mujer, el cuerpo de un
león, la cola

un felino. Al
verlo, el monstruo le formuló
la adivinanza:
«¿Cuál es la criatura que
tiene cuatro pies por la
mañana, dos a mediodía y
tres al anochecer y que,
al contrario que
otros seres, es más
lento cuantos más pies utiliza para andar?».
Ni bien pudo
salir del susto, Edipo pensó
un

«El hombre». Porque
cuando es bebé
gatea, de joven camina en
dos piernas y de anciano
requiere la ayuda
de un bastón.
Como analista me
resulta una metáfora
significativa que justamente el enigma
al que da respuesta (el) Edipo tenga
que ver con El Hombre
(Sujeto).
Ante la exactitud
de la

desde lo alto
de su roca.
El pueblo de Tebas,
agradecido, dio el trono
de la ciudad
a Edipo quien, además, se casó con Yocasta, cumpliéndose de ese modo
la segunda de las profecías
oraculares. Por supuesto, todos ignoraban que se
estaba celebrando un matrimonio entre
una madre y su hijo.
Sin embargo los

pronto mostraron su ira ante el incesto
que se acababa
de producir.
Pasó el tiempo y la pareja tuvo cuatro
hijos: Etéocles, Polinice,
Antígona e Ismene.
Pero los dioses,
indignados, mandaron una terrible enfermedad
que comenzó a azotar la ciudad y nada podían hacer contra ella

Consultado nuevamente, el oráculo dictaminó:
«La desolación y la
muerte se alejarán de la
ciudad cuando el asesino de
Layo sea expulsado de
Tebas».
Se inició, entonces,
una investigación
para averiguar quién había dado
muerte al antiguo rey y Edipo mandó a llamar al
adivino Tiresias

responder pero luego,
amenazado de muerte,
no tuvo más remedio que develar todo lo que
sabía y de ese
modo Edipo se enteró de que él mismo
había matado a su padre y, además,
se había casado con su madre.
Inmediatamente
se sintió tan despreciable e indigno de ver la
luz que se
automutiló

Psicoanálisis) clavándose
estiletes de bronce
en los ojos. Luego fue expulsado de Tebas por sus
propios hijos y sólo
Antígona, la menor
de ellos, lo
acompañó hasta Colona, lugar de su destierro. En
cuanto a Yocasta,
el remordimiento por
haberse desposado con su
propio hijo le causó
tal horror que se

amarrado a una
viga de la sala del palacio.
Esta es, a grandes rasgos, la tragedia de Edipo.
Freud toma este
mito porque
encuentra que existe un paralelismo
entre el relato de Sófocles y
lo que ocurre durante una
de las etapas
de la
constitución psíquica y

al desarrollo del concepto que conocemos como complejo
de Edipo.
Pero es necesario
aclarar desde el vamos que este mito es mucho más que la historia de un
hijo que mata
al padre para quedarse con
la madre. Por eso no
es lícito limitarse sólo a
eso y hablar,
por ejemplo, del complejo
de

primer plano es
una mujer. Porque no existe
tal complejo.
Para ambos, hombres y mujeres, se trabaja con el mito de
Edipo.
Electra
sabe, planifica, es consciente de
lo que va a hacer. La suya es una historia de rencor
y venganza. Por el
contrario,
Edipo sufre su
drama de un modo

voluntad.
En el libro
que dedica a este tema,
Juan David Nasio se pregunta
a qué problemas de la
clínica da solución
el concepto de Edipo.
Y se
responde que a dos:
El origen de la
sexualidad.

Según
Sigmund Freud, el Yo es
antes que nada
un yo corporal. ¿Pero de qué
hablamos en Psicoanálisis cuando hablamos
de cuerpo? Ciertamente no nos
estamos refiriendo sólo a lo biológico. Por el contrario, lo pensamos como una
construcción que

la palabra y
el deseo hacen sobre lo
orgánico. Aquello que la tinta
del lenguaje escribe sobre el
papel de la carne.
Pensado así, el
cuerpo
surge a partir de
identificaciones
y
acontecimientos que ocurren, generalmente, en
los primeros cinco o seis
años de vida,

devenir psíquico de un sujeto.
Pero antes de
avanzar sobre esta cuestión
debo señalar una diferencia entre lo que se conoce como
la teoría traumática y la
teoría de la fantasía.
Freud no descubre
estas cosas por su
trabajo con niños. Por el
contrario,

momento fue revolucionario: la existencia de la sexualidad infantil, a partir
de su práctica con adultos.
Se dio cuenta, al escuchar a sus pacientes,
que siempre remitían a una
escena dolorosa que tenía
que ver con algún acontecimiento sexual y
desarrolló la siguiente hipótesis: para
que

tenga luego la
capacidad de
generar síntomas, es
necesario que el
mismo haya acontecido en el
marco de una vivencia sexual, infantil y traumática.
En una primera
instancia cree que esos
sucesos acontecieron
efectivamente, que en todos
los casos esas personas habían
sufrido un

su posterior padecimiento. Esto es,
a grandes rasgos,
lo que sostiene la
teoría del trauma.
Pero luego comprueba que no
es así. Que
hay casos en los
que nada de
esto ha ocurrido y siente
una profunda desolación al pensar que sus neuróticos le mienten. Sin embargo,
dada la

intuye que si estas
sensaciones, estos recuerdos de cosas
que quizás nunca pasaron se
encuentran en todos sus pacientes, es porque esas fantasías
deben cumplir alguna función en la
estructuración psíquica.
Modifica, entonces, su
teoría y plantea que no es necesario que el hecho traumático haya

que su sola
existencia como fantasía tiene valor de verdad en la
realidad psíquica del sujeto.
Dicho esto, y
con una pregunta, nos adentramos
en el tema de
la sexualidad humana: ¿Por qué
no es necesario que haya
existido una violación real o un abuso para que alguien
tenga la

ocurrido?
La respuesta es tan directa como compleja: porque
hay algo de traumático
en la sexualidad misma. Y el primero de los
aspectos a remarcar es que la sexualidad humana nace
apoyada, justamente,
en un lugar
en el que le será
imposible la concreción. Con esto
quiero

los padres los que erotizan el cuerpo del niño.
El placer sexual
surge apoyado en algunas funciones biológicas y en
las partes del cuerpo comprometidas
con esos actos. Utilizo
adrede la palabra «partes», ya
que se
trata de un cuerpo
fragmentado y de una psiquis en la
que aún no
hay una

el chico no puede decir «Yo», sino que
es una suma
de partes que lo contactan con el mundo y a
las que llamamos zonas erógenas.
Y son la mamá o
el papá quienes,
al bañar al niño,
al secarlo o simplemente al
acariciarlo durante los juegos,
le van dando significado a ese cuerpo y producen
un

que se independiza
de la función
biológica inicial.
El ejemplo más claro es la boca. Esta
parte del cuerpo que se
contacta inicialmente con el pecho
de la madre
en busca de alimento, despertará en el bebé un placer que nada tiene que ver con
eso. Porque «la teta» no
es sólo comida, es también amor y,
agregaría,

Si sólo
se tratara de alimentarse, al
estar saciado el
chico dejaría de
mamar hasta que
la necesidad volviera
a surgir. Pero,
muy por el
contrario, el bebé
se duerme con
el pezón en la boca,
succiona en el
aire al ser separado del mismo y más tarde, por
ejemplo, lo reemplazará
por el chupete.

chupete? Uno fundamental: el placer.
He aquí una
de las razones que vuelven
tan conflictiva la
sexualidad: surge a partir del
contacto con aquellos con quienes
luego no se podrá
satisfacer porque sería un acto incestuoso. Esta experiencia
es vivida por el
chico de un modo traumático,

aquellos contactos físicos
de la infancia, aunque
ligados a estos cuidados amorosos,
en ocasiones quedan
en el inconsciente como algo abusivo.
De hecho, no deja de tratarse del
sometimiento de un
niño a las
caricias de un adulto.
Recuerdo a una
paciente que luego de
un tiempo

confesó haber sido
abusada por su padre. Según dijo, cada noche sentía cómo
él, antes de acostarse y
creyéndola dormida, levantaba la sábana, metía su mano y le acariciaba la vagina.
El retorno de
esta vivencia le generó
una enorme angustia y después de un tiempo increpó a su padre

hombre le solicitó autorización para
acompañarla a mi consultorio y hablar
de lo sucedido. Accedí al
pedido de la paciente y,
ni bien entraron, estalló en
un llanto prolongado. Miró a
su hija y le preguntó
cómo ella podía imaginar siquiera
que él había sido capaz de semejante cosa.

hasta muy avanzada su niñez, ella había sufrido
de enuresis y que, por
tal razón, cada noche antes
de acostarse él iba a
constatar si se
había hecho pis en
la cama para cambiarla en
caso de que fuera necesario.
Aquél cuidado amoroso por parte del padre
había sido percibido
como un abuso.

No lo sé.
Pero sí puedo
dar cuenta del lugar
de verdad que aquél ultraje
tenía en la realidad psíquica
de mi paciente.
Llegado a este
punto, podríamos
decir que, en menor o mayor
medida, todas las personas tienen el registro de alguna vivencia
infantil, sexual y traumática.
¿Y por

fantasías están allí
para presentarle
un desafío, algo que va
a tener que
resolver para dejar de
ser apenas un ente biológico
y convertirse en un sujeto
humano. He ahí el enigma de la
Esfinge.
No se trata
de que los adultos tengan
actitudes como esas para generar angustia en sus hijos. De
hecho, y por

padres no son perversos. Pero el chico
no posee la capacidad de
saber qué hay en sus
pensamientos, ni siquiera tiene el
dominio del lenguaje como para preguntar acerca
de lo que
está ocurriendo. Por eso, esto nada tiene
que ver con
la buena o mala intención
de los padres y, en verdad,
ni siquiera con

está en juego en esta etapa no es la
mamá real, de
carne y hueso, con su
amor y su ternura, sino esa
mujer que lo toca, que lo
estimula, que le da placer
y a la
que no tiene el derecho
a desear. El
niño va a
incorporar en su inconsciente a
estos padres y serán esas
representaciones internalizadas las
que, en

drama edípico, y
el pequeño se verá en
la necesidad de hacer algo
con esto, de resolver este
dilema que le despierta angustia,
pero también excitación.
Por eso la
veracidad de los dichos de
Nasio: no es una historia
de amor, es una
historia de sexo
en la que el
hijo competirá con uno por el

amor y miedo. Se identificará alternativamente con
cada uno de ellos
e irá buscando un lugar en esa
escena. Lugar que repetirá después
en cada acto de su vida.
¿Y cuál es
la función del padre en
todo esto? Pues bien, su rol será
fundamental, ya que le
tocará ser quien

chico y la
madre: vuelve imposible la concreción
de ese deseo.
¿Cómo lo hace? Con cada actitud, por
pequeña que sea, en la
que pone en
juego la ley. Por ejemplo,
cuando a pesar del llanto
del bebé y la cara triste de
la madre, lo toma en
brazos, lo saca
del cuarto y lo
lleva a su
cama.

prohibición del incesto,
ya que le está
marcando al hijo que su madre no
le pertenece y a ella que el lugar a su lado no es del niño, sino de él.
Como podemos ver, mamá y
papá no son personas, sino
funciones. Es más, muchas veces
los roles se invierten y
es la madre quien cumple
la función

las veces de
mamá tierna y nutricia.
Entender esto es
fundamental para dar
por
tierra con ciertos prejuicios.
Con motivo de mi defensa en favor
del matrimonio igualitario y del
derecho de esas parejas a adoptar, más de una vez
me preguntaron qué pasaría en
la mente de un

o dos papás.
Es fundamental entender que de
lo que se trata es de
funciones, y que en tanto y en
cuanto esas funciones se cumplan
no hay daño posible para la mente de un niño.
Pero volvamos al
complejo de Edipo y digamos que en
este devenir histórico

años de vida, va a constituirse lo que
llamamos la elección sexual (es
decir, si alguien
será heterosexual u
homosexual) y también
la manera en la
que su psiquis enfrentará la
vida futura, cuáles
serán sus mecanismos de defensa, su
nivel de tolerancia
a la frustración
y las características psíquicas

el deseo e incluso el dolor. De
esto hablamos cuando
aludimos a la «elección de la neurosis». Hay
una razón para que alguien
sufra como sufre, de ese
modo particular y no de
otro, y esa razón se encuentra
en la manera
en la que atravesó esta
etapa fundamental
del desarrollo psíquico y
sexual.

de elecciones conscientes sino que
todo este pasaje
por el Edipo, lo
que llamamos la escena,
es un proceso
que se realiza de un
modo inconsciente
y que sólo podemos deducir
a partir de sus consecuencias
futuras.
Más tarde, entre los seis y los once o
doce años tiene

período de latencia.
Es una etapa en la cual la sexualidad, tan clara
en los primero
años de vida, parece
haber desaparecido
del interés del chico. Pero
esto es sólo
una apariencia, ya que
las pulsiones
volverán con toda su fuerza con la
llegada de la pubertad.
Los cambios físicos
y

período y la
aptitud para acceder al encuentro
sexual (cosa que no era posible en la
niñez) producen una
reedición del complejo
de Edipo y
el adolescente nuevamente
deberá hacer frente
a los desafíos
que este le impone.
Aquellos que
en su

cuerpo con caricias
y su cercanía reaparecen
en el interés erótico del
joven, quien deberá
defenderse de estos
impulsos y sostener
la prohibición del incesto.
¿Cómo se defiende?
De un modo agresivo. Rechaza a sus padres,
no deja que lo
toquen, que opinen,
que se metan en su
vida y los
trata

madre tratándola de
vieja, de fea y esto, en realidad, es algo que se
dice a sí
mismo para deserotizar el vínculo.
Acusa a su padre
de loco o intolerante, porque
ve en él el castigo que podría
sufrir si quebrantara la ley que impide la concreción de su
deseo.
Cuando pase el
tiempo y ese joven inicie
su vida

encontrado un objeto de amor por fuera de su
hogar, cuando se haya producido
eso que llamamos salida exogámica, podrá retornar
de un modo más adulto
y pacífico para construir un
nuevo estilo de relación con sus
padres.
Como vemos, el
Edipo plantea en cada
uno de estos

psíquico al sujeto.
De niño, porque se trata de una excitación demasiado
grande para que pueda ser procesada por un chico
de cinco o seis
años. De adolescente,
porque ya está incorporada
la prohibición del incesto y algo debe de hacer
para reprimir un encuentro de
cuerpos que ahora, ya maduro
físicamente,

intolerable.
El Edipo es
algo que podemos ver claramente
en esos dos
momentos del desarrollo,
pero también en los síntomas,
porque el síntoma
muestra la relación de alguien con su sexualidad. Sin embargo,
los analistas tenemos un lugar preferencial en el que
lo vemos

descarnado, y es en el vínculo particular que
establecen los pacientes con nosotros,
en la
relación transferencial,
porque allí se
actualiza —en el consultorio— la
escena edípica.
Vayamos a Cristian
y tomemos
algunos recortes de sus sesiones.

señalar es que, como dijimos, se trata
de funciones y
no de personas. En este
caso, el lugar de la madre, claramente, no es
ocupado por la
que él cree su mamá
sino por Delfina. Fue ella
quien se hizo cargo de ese rol nutricio, afectivo y
protector que la madre dejó
vacante con su distancia, su
indiferencia e

Cristian no hubiera nacido.
En ocasión de
relatar la escena en la
que se va del
cementerio
luego del entierro de su
padre, dice que
se dio vuelta al final
del pasillo y que «no podía
distinguir cuál era su lugar».
¿De qué lugar está hablando
en realidad? Porque también el rol
masculino aparece

es antes que
nada aquel que está
en el deseo
de la madre. Es ella
quien le da
un lugar volcando su interés
sobre él y, en este
caso, la abulia depresiva de la
mujer no le permitió jugar deseo alguno.
Su paso por
el Edipo ha sido tan
difícil que tampoco pudo encontrar
un sitio para él: «No
sé quién soy»,
«Yo

ende no tenía
una ubicación definida— o «Estoy
parado en el mismo
lugar». Podríamos
preguntar en el mismo lugar
que quién. ¿De ese padre
difuso? ¿De esa madre depresiva?
Diré que de ambos, según sea el momento identificatorio.
Pero por sobre
todo esto hay dos situaciones
que me

entender mejor cómo
se despliega en su
análisis la problemática edípica.
Una de ellas
es el sueño. Un relato
tan fuerte y
claro que corre el
velo y nos permite adentrarnos
de lleno en el conflicto.
Los dos leones que pelean
a muerte por la hembra,
ese animal enorme que ruge y prohíbe el

obedece y huye asustada y la competencia en
esa lucha desigual, no son
sino una escenificación dramática de los sentimientos
que se dan en aquellos
primeros años de vida.
Hasta tal punto es así, que el análisis de
ese sueño no sólo nos dio la
posibilidad de hablar de la
rivalidad con su

incestuosos, sino que también nos permitió llegar
a ese otro momento
importante, que es el que
permitió asignar un lugar a cada uno
dentro de la escena.
Delfina,
claramente se
convirtió, al menos
simbólicamente, en la madre; él, en
el hijo abrumado
que apenas si podía
controlar sus

aquel episodio en
el que lo saca del
baño y lo
golpea, se hace cargo, por
fin, de cumplir con
la función
paterna, fallida hasta
entonces. Le dice
a Cristian: «vos no podés
acostarte con esta mujer», y
le pregunta a Delfina: «¿Estás loca?».
He allí la
instauración de una ley que angustia pero que

salva del efecto
siniestro del incesto.
Por último, ya
que no es la intención
de este libro hacer una
ponencia clínica
exhaustiva, me parece
importante señalar la
verdad que se enunciaba
en la fantasía de Cristian
de ser hijo de desaparecidos. Porque en su
realidad psíquica,

madre se había
retirado de la vida
desde el momento mismo de
su nacimiento, su padre tampoco
había hecho pie
como para brindarle
un sostén afectivo ni una
imagen identificatoria sólida
y, en definitiva,
la misma Delfina en su borramiento
inicial como simple
empleada y en su
muda partida después, dejó

Por suerte, luego de tantos años y a
pesar de su
enfermedad, pudo
reconocerlo. Y este
fue un hito fundamental para
que Cristian
encontrara un lugar en la vida.
Pero dejemos aquí.
En definitiva,
sólo ha sido
mi interés
plantear que este

abstracción caprichosa, sino algo que
da cuenta de la historia singular de una
persona, de una
experiencia afectiva de la cual dependerá, nada más y
nada menos, que su propia vida.
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