jueves, 9 de abril de 2015

HISTORIAS INCONSCIENTES-INCONSCIENTE Y REPETICIÓN

Inconsciente y
repetición



La  idea  de  inconsciente  es algo que se ha instalado en la cultura  de  un  modo  tal  que todos  creen  saber  de  qué  se trata.  Pero  generalmente  se equivocan.
El  inconsciente  no  habita dentro  del  cerebro,  no  es  un


lugar  físico  en  el  que  cada
sujeto                       guarda                       sus
acontecimientos  traumáticos. Tampoco  hay  que  pensarlo solamente  como  la  ausencia de consciencia.
El  inconsciente  es  algo mucho  más  profundo  y complejo.  Es,  en  primer lugar,  algo  que  existe  en  un momento y deja de existir en el siguiente. Por decirlo de un


modo  claro,  se  abre  y  se
cierra,  aparece  y  desaparece.
¿Y           cómo           hace               s us
apariciones?  Generalmente, de  una  manera  a  la  que llamamos  formaciones  del inconsciente:  los  lapsus,  los sueños,  los  actos  fallidos,  los chistes y los síntomas.
Pero,  antes  de  avanzar sobre esto, me gustaría volver sobre una idea que trabajé en


un  libro  anterior,  pero  que  se
me  hace  necesario  recordar. Escuetamente,  el  punto  es diferenciar  los  tres  tipos  de
inconsciente                    que                  ha
desarrollado el Psicoanálisis a lo  largo  de  la  elaboración freudiana,  para  ubicar  en  qué circunstancias  tiene  lugar  la aparición  de  las  formaciones del inconsciente.


Inconsciente
descriptivo                      son
representaciones  que no  están  en  la conciencia,  pero  que
pueden                         devenir
conscientes  ni  bien  le prestamos  la  atención necesaria.  El  nombre de nuestro abuelo o el colegio  en  el  que cursamos  los  estudios


secundarios,                      por
ejemplo.  Desde  el punto de vista teórico, esto  es  lo  que
denominamos preconsciente.


Inconsciente
dinámico                       para
explicarlo,  hay  que recurrir al concepto de represión  y  decir  que


se  trata  de  un
fenómeno  que  escapa a  la  voluntad  del
sujeto.                           Cuando
alguien  decide  que  no va  a  hacer  una  cosa, aunque  tenga  muchos deseos,  no  se  está reprimiendo.  Porque la  represión  es  un mecanismo de defensa inconsciente.  En  su


afán por defenderse de
alguna  representación o  suceso  que  juzga intolerable,  el  aparato psíquico  lo  expulsa, reprime  el  hecho  o  la idea  peligrosa  y  le niega  su  acceso  a  la consciencia.  Eso  que ha sido reprimido pasa a  formar  parte  del inconsciente dinámico


que,  como  se  ve
claramente,  es  muy
distinto                                        al
preconsciente. Aquí el sujeto  no  puede recordar  por  mucho esfuerzo que haga.


Inconsciente
estructural: sólo voy a nombrarlo,  ya  que  su explicación  es  de  una


enorme  complejidad.
Simplemente  diré  que no  es  algo  de  lo  que podamos  echar  mano a  voluntad,  como  el preconsciente,  y  no está  formado  por sucesos  reprimidos, como  el  inconsciente dinámico.  Se  trata, más  bien,  de  una
fuerza                 constitutiva


que  nos  impulsa  a  ir
en  busca  de  aquello que  nos  hace  mal.  No va  a  retornar  nunca  a la  consciencia,  ni siquiera  disfrazado, porque  nunca  estuvo allí.  Es  una  energía que  se  satisface  con nuestro  padecimiento y que está en el origen mismo  de  todos


nuestros                  síntomas.
Aquello  que  hace  que
sea                tan                difícil
renunciar                                  al
sufrimiento.



Entonces,  para  hablar  de
las                  formaciones                    del
inconsciente nos tenemos que situar  en  el  terreno  del inconsciente dinámico.
Recordemos  que  se  trata


de                         vivencias                          o
representaciones                            que
estuvieron en la consciencia y fueron  expulsadas  de  ella (reprimidas) pero que siempre tendrán el anhelo de volver.
¿Y  cómo  lo  hacen? Disfrazándose  para  eludir  la represión,  para  que  no  nos demos cuenta de su retorno.
Pues                     bien,                      las
formaciones  del  inconsciente


son  esos  disfraces  bajo  los
cuales  vuelve  algo  de  lo
reprimido;                             productos
psíquicos  deformados  que dan  cuenta  del  fracaso  de  la represión.
Digamos  algo  acerca  de ellas.



Lapsus:  un  lapsus  es un  error  verbal,  la aparición  de  una


verdad                  que                se
enmascara  bajo  la
forma                  de                 una
equivocación.              El
sujeto  quiere  decir algo  y  dice  otra  cosa. Confunde  un  nombre, se  traba  y  a  veces,
aunque                           intente
corregirse,  no  puede
pronunciar                          esa
palabra,  pues  se  le


impone otra.


Actos  fallidos:  son torpezas  cometidas  en las  acciones.  Alguien vuelca  «sin  querer» una taza de café sobre una  persona  o,  como le  ocurrió  a  un paciente,  «olvidó»  su celular  en  la  cama,  al lado  de  su  esposa,


mientras  esperaba  el
llamado de su amante.


Sueños:  han  sido definidos  de  muchas maneras,  entre  ellas como una satisfacción alucinatoria de deseos. Es  decir  que  en  los
sueños                podemos
concretar  lo  que  en  la vigilia  no.  Pero  lo


cierto  es  que,  al
menos  desde  mi interés  como  analista, lo trascendente es que traen  un  contenido que  ha  eludido  la represión.  El  armado de un sueño se hace a partir  de  una  energía que parte de un deseo
inconsciente                            y
reprimido, a la cual se


le  suman  vivencias  o
pensamientos  que  nos acompañaron  durante el  día  (restos  diurnos) e  incluso  algunas
percepciones                 que podamos       tener
mientras  dormimos
(bocinas,                    gritos).
Cuando  el  paciente cuenta  un  sueño  en sesión,  nos  narra  lo


que  llamamos  el
contenido  manifiesto del  sueño,  que  es  la manera en la cual tuvo que  disfrazarlo  para que  pudiera  acceder  a la  consciencia.  Pero sabemos  que,  debajo de  este  relato,  se esconde  un  sentido más  profundo,  lo  que llamamos el contenido


latente,  esa  cara  del
sueño  que  da  a  lo reprimido,  y  es  allí
adonde                apuntamos
con  el  trabajo  de interpretación.


Chistes                no                es
necesario  explayarse demasiado  sobre  esto. Basta  con  decir  que
muchas                            veces,


amparados  en  la
broma,                          pueden aparecer     algunas verdades        que
seriamente no podrían ser dichas.


Síntomas:  el  síntoma es  una  respuesta
equivocada                        que
alguien encuentra para salir  de  una  situación


compleja,  una  manera
errónea  de  defenderse contra  la  angustia  que tiene  como  precio  el
padecimiento                     del
sujeto.
El  síntoma  tiene  dos caras.  Una  de  ellas  es interpretable  y  tiene que  ver  con  ese retorno  enmascarado de  lo  reprimido.  La


otra  resiste  toda
interpretación  posible, porque  en  él  se satisface la pulsión de muerte.  Es  decir  que parte  del  dolor  que nos genera, no es más que  el  precio  que exige  el  inconsciente estructural. Por esto es que  la  aspiración  de lograr  la  cura  total,  la


anulación  de  todo
sufrimiento, no es más
que               un               anhelo
imposible.



Pero  el  inconsciente  es
mucho más que esto.
Es lo que marca cada una de  nuestras  elecciones, incluso las más pequeñas, las
que                   creemos                     tomar
voluntariamente.  La  persona


que  amamos,  el  lugar  al  que
vamos  de  vacaciones,  la
carrera                  que              decidimos
estudiar  o  el  trabajo  que elegimos. Todo lo que ocurre en nuestra vida está ligado al inconsciente, porque es, antes que  nada,  la  matriz  de nuestras repeticiones, ya sean estas  sanas  o  enfermas.  De allí  la  fuerza  de  la  frase  de Nasio  que  abre  este  libro:  no


elegimos sino lo inevitable.


En  el  caso  de  Horacio, podemos  ver  cómo  juegan algunos  de  estos  conceptos. Repite  todo  el  tiempo.  Y repite,  sobre  todo,  el abandono sin palabras. Como él  mismo  dice  cuando  habla del  final  de  su  terapia
anterior:                        «simplemente
desaparecí».  Pero  ¿cuál  es  la


desaparición  que  no  puede
evitar                       repetir?                        La
desaparición de su madre.
Dice  claramente  que  ella se  fue  «sin  siquiera  haberle dado  un  abrazo».  No  hubo palabras,  no  hubo  gestos,  no hubo despedida. Simplemente desapareció.
La  muerte  hizo  que  esto fuera  así,  pero  más  allá  de esta  justificación  consciente,


lo que aquel bebé registró fue
esa partida silenciosa. Y es lo que  él  repite  en  cada  ocasión importante  de  su  vida,  más aún cuando algo está a punto de  nacer:  una  familia,  una carrera  o  la  posibilidad  de  la cura.
En  cuanto  a  las formaciones del inconsciente, vemos cómo un sueño que, en su  contenido  manifiesto  le


parecía  incluso  gracioso,
luego  del  trabajo  de interpretación  desplegó  su contenido  latente  y  puso  en juego  un  profundo  temor:  el de que su padre muriera, el de volver  a  quedarse  solo. Soledad  que  él  intentó  evitar a  lo  largo  de  la  vida perdiéndolo todo.
El  vínculo  con  su  padre era  lo  único  seguro  que  tenía


y  la  posibilidad  de  que
muriera lo arrojó a un abismo de  dolor,  como  lo  hiciera  la muerte  de  su  abuela,  ocasión en  la  que  apareció  por primera  vez  uno  de  sus síntomas: la bebida.
He                allí           lo               que
marcábamos,  el  síntoma intentando  dar  una  respuesta a  la  angustia  ante  la  muerte. Respuesta  que,  como  vemos,


resulta patológica y sufriente.
El día que viene borracho
            sesión          podría          ser
considerado  un  acto  fallido, porque  Horacio  nunca  había hablado  de  eso,  no  quería conscientemente  que  yo  me enterara,  por  eso  me  lo mostró, se encargó de que un acto —venir en ese estado—, me  dijera  lo  que  no  podía comunicar  con  palabras.  Por


eso  mismo,  al  despedirlo  en
la calle, intervine señalándole que lo que quería decirme ya me lo había dicho.
Otro tema importante que se  despliega  en  su  análisis  es la deuda que cree tener con su padre.  Él  renunció  a  todo,  ni siquiera se permitió estar con una mujer «para que nada los separara»,  y  Horacio  se  hace cargo de la deuda y repite ese


modelo.  Él  también  renuncia
a  todo  para  que  nada  los separe.
Pero  la  muerte  es  una injusticia  inevitable.  Y,  más tarde  o  más  temprano,  iba  a exponer  la  ineficacia  de  su solución sintomática.
Todos  fuimos  un  eslabón (un significante) en la cadena simbólica  de  su  síntoma:  su ex  terapeuta,  su  novia,  su


carrera, yo mismo. Con todos
puso en juego y reactualizó la desaparición de su madre. Por suerte,  bajo  los  efectos  de  la transferencia,  pude  intervenir para  que  no  lo  repitiera conmigo.
Horacio  dijo  en  un momento  que  él  también, como  el  empleado  de  su sueño,  era  «un  hijo  de  puta». Se equivocaba. Era apenas un


hombre  que  no  podía  hacer
otra  cosa  y  que  pagaba  un precio muy alto por ello.


Hoy  continúa  en  análisis. Está  duelando  la  pérdida  de Lucrecia,  quien  no  quiso darle  una  nueva  oportunidad. Sufre  por  la  pérdida  de  este sueño  y  se  hace  cargo  de  su responsabilidad.  Pero  cada semana viene, trabaja y lucha


por su sanidad.

Hace seis meses murió su padre. 

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