LA HISTERIA
"¿A quién amo, a él o a ella? ¿Qué quiere
decir que sea yo mujer? Tal las preguntas
básicas de la Histeria."
OSCAR MASOTTA
En uno de aquellos encuentros, antes de comenzar con el
tema propuesto, una
mujer que había asistido todos los sábados, me comentó que había caído
en la cuenta de que siempre eran mucho más las mujeres presentes que los
hombres y me preguntó si eso tenía que ver con que a los hombres no
les importaba tratar la problemática emocional, en general, y de la pareja, en
particular.
Si bien su comentario era veraz, yo ya había reparado en
eso de la mayor concurrencia femenina; acordé con ella en que la
posibilidad de preguntarse acerca de los vínculos
emocionales y mostrarse sensible ante los temas afectivos requería de un cierto
grado de feminización. Pero le aclaré que, por suerte, los hombres la habían ido adquiriendo en este último tiempo.
Esto es así.
Cuando empecé con mi práctica clínica, de la gente que venía a
consultarme, un
ochenta por ciento eran mujeres. Hoy en cambio, diría que el porcentaje
de hombres que se analizan no es menor al de mujeres.
El tiempo hace su trabajo en la cultura y hoy eso de que
los hombres no lloran, ha quedado como un mito del pasado. Es más, no sólo
lloran, sino cómo lo hacen. Y está muy bien. ¿Por qué no
habrían de llorar, si también sufren, si también se enamoran, si también son abandonados? Y, por suerte, esta mayor sensibilización
del hombre lo ha acercado a estos temas.
Es probable que a aquellos encuentros fuera un mayor
porcentaje de mujeres, de hecho eso pasa cuando doy charlas en cualquier parte
del país, pero no creo que
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sea porque a los hombres no les importen los temas afectivos en general y
mucho
menos los temas de pareja. En tren de ser sincero, casi no hablan de otra
cosa. Es más, la mayoría de las veces que he visto llorar a un
hombre, tanto en el consultorio como fuera de él, ha sido por cuestiones del
amor.
Es posible, eso sí, que a muchos les dé pudor mostrarse
vulnerable, pero les aseguro que a los hombres el tema les interesa y mucho;
aunque a veces tengan una actitud más callada, menos
beligerante o incluso más resignada con los problemas de pareja. Las mujeres, en cambio, suelen hacer escuchar más su voz,
protestan cuando no tienen lo que quieren e insisten con lo que creen que
desean, porque como ya dijimos, el deseo es siempre deseo de otra cosa.
Pero en rigor de verdad, para ser precisos, más que de hombres y mujeres,
deberíamos hablar de estructuras psíquicas, de la
diferencia que hay entre la histeria y la neurosis obsesiva.
¿Todas las mujeres son histéricas y los hombres obsesivos?
No. Hay hombres histéricos y mujeres obsesivas, aunque
clínicamente solemos
hablar de
"la histérica" y "el obsesivo".
Aclaro desde ya que no fue la intención de aquellos
encuentros, ni es la de este libro, transmitir conceptos de
psicopatología, pero como fueron muchas las consultas acerca de
este tema, deduzco que éste genera algún interés, y a pesar de la aclaración
hecha, algo podemos decir sobre esto. Y lo primero que diría es que ambas estructuras se posicionan de modo diferente ante el deseo.
La histeria lo busca, casi diría que lo persigue. Por
eso, y porque el deseo aparece allí donde algo falta, la histérica hace foco en
eso que falta y mira siempre lo que queda sin satisfacer.
¿Cómo funciona
esto?
Me contaba un paciente que el día que llegó contento a su casa y le dijo
a su
esposa que ya había comprado los pasajes para el viaje a Europa que ella
tanto
deseaba, la mujer le respondió: "Bueno, sí... pero no tengo tapado
para llevarme".
Entonces él, enojado y un poco angustiado, se preguntaba
si es que ella siempre iba a querer algo más.
Y la respuesta es que sí, que siempre querrá algo más.
Pero ¿por qué? Ya lo
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dijimos. Porque el deseo se desplaza todo el tiempo de un objeto a otro,
de una
situación a otra, y por ende nunca se va a satisfacer. Y eso es lo que
la histeria denuncia: la imposibilidad de anular el deseo.
El obsesivo, en cambio, intenta tapar la falta para que
no aparezca el deseo. ¿No tiene algo? Y bueno ¿qué se le va a ser? A lo mejor
es porque no se lo merece, es su destino.
Pero esto no implica que no le importe el deseo. Claro
que le importa. Por eso el tema de la pareja es
conflictivo para todos, sin diferencia de géneros o de elecciones. Hombres, mujeres, heterosexuales, homosexuales, histéricas u
obsesi- vos, todos tenemos que lidiar con lo que nos pasa con la
pareja y el deseo.
Pero el obsesivo se posiciona frente a él de una manera
diferente de como lo hace la histérica. Lo tira para adelante, lo posterga. Eso
que tanto les molesta a las mujeres ¿no? Que el hombre le
diga: "bueno, pero mejor esperemos hasta terminar de pagar la casa".
Y, cuando la hipoteca está cancelada, habrá que esperar a que el hijo termine
la facultad, aunque en la actualidad el chico tenga sólo tres años.
Repito que no es mi intención en este libro realizar un
abordaje de la enfermedad psíquica, sino y únicamente, transitar el
placer de pensar sobre algunas cuestiones que hacen al amor y al deseo. Pero,
como ese camino nos lleva inevitablemente a la aparición
de la Histeria y, aunque no sea éste el foro más indicado para
plantear cuestiones clínicas, digamos algo al menos, con la salvedad de que apenas si nos arrimaremos a los bordes de esas problemáticas. Y
para acercarnos, hagámonos una pregunta que parece obvia, pero
no lo es: ¿Qué es la
Histeria?
Porque la popularización de los términos técnicos y
clínicos del psicoanálisis ha dado origen a muchas equivocaciones.
Digamos, pues, que se trata de una enfermedad muy
antigua. Ya se la puede reconocer en el contenido de papiros de hace miles de
años. Y agregaría, para los colegas que tienen la
generosidad de leer este libro, que se trata también del intento de responder a una pregunta.
La Histeria ha sido una enfermedad muy maltratada y su
estudio ha estado plagado de errores.
Tomando como punto de partida la noción griega (que
permaneció inalterada
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hasta el siglo XVII) la histeria era considerada una enfermedad
caracterizada por la
presencia de fuerte ataques acompañados de algunos síntomas físicos.
¿Cuál era el origen de esta enfermedad?
En aquel momento se pensaba en un desorden uterino, de
allí su nombre, ya
que hystera, en griego, significa matriz, útero. Por ende, si es
una enfermedad causada por el útero, se trataba de una enfermedad
exclusivamente femenina. Mu- jeres en las cuales su útero
influía de un modo pernicioso sobre su sistema nervioso. Un
útero hiperexcitado que transmitía una condición morbosa a la enferma. De allí que se considerara muchas veces al embarazo como un tratamiento posible de la histeria. El embarazo le acomodaría el útero y
podría curarla.
Un médico francés llamado Charles Lepois, fue el primero
que la consideró como una enfermedad directa del sistema nervioso. Algo muy
parecido a la epilepsia, y con esta concepción amplió mucho la manera de
considerarla, porque si la separamos del útero, la enfermedad ya puede ser
también masculina.
Sin duda, la histeria les presentaba muchos problemas a
los médicos de la época, de allí que surgieran tantos intentos por
explicarla.
Thomas Willis, un importante médico inglés que fue
profesor en la universidad de Oxford, la compara y la
relaciona con la hipocondría y dice que se trata de un desorden cerebral, una enfermedad mental con síntomas corporales. Thomas Sydenham, quien fuera llamado el Hipócrates inglés, avala esta postura y
dice que se trata de la misma enfermedad, que cuando se da en mujeres se llama
histeria y cuando, en cambio, se da en los hombres la llaman
hipocondría.
Esta comparación la puede hacer porque el foco está puesto
ya no en las crisis (desmayos o convulsiones) sino en los síntomas corporales
(dolores de cabeza, taquicardia, perturbaciones digestivas, sensaciones de
frío o calor). Es decir que el acento se pone en síntomas más
pequeños que la Gran Crisis, pero más permanentes.
Pero esta nueva manera de pensar la histeria, a la vez
que da un paso hacia adelante, produce un retroceso a la vieja noción de
considerarla como una
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enfermedad femenina caracterizada entonces por tres cosas:
a) crisis,
b) síntomas corporales y
c) perturbaciones del carácter.
Además, este médico da una definición que será siniestra
para las enfermas
porque dice que la histeria imita a cualquier enfermedad y que la
histeria engaña. De esto se toma un importante médico de apellido Morel
para decir que la histérica es una mentirosa que engaña
intencionalmente al médico y dice algo así como que no había que hacerles caso.
Pero decir que la histeria engaña, no es lo mismo que
decir que la histérica engaña. Es la enfermedad la que engaña, no el enfermo.
¿Y a quién engaña? Al médico. Lo que Sydenham quiso decir es que es un cuadro
que por su complejidad confunde al profesional, no qué la histérica sea una
mentirosa.
Sin embargo, esa idea ha hecho escuela y aún hoy en día
muchos, ante un cuadro de sintomatología histérica, dicen: "dejala
que no tiene nada... se hace, nomás".
Al principio fuimos los analistas los primeros en resistir
esta conducta y luego se sumaron los psicólogos en general. Y hoy, por suerte,
también lo hacen los médicos, ya que hemos comprendido la necesidad de trabajar
juntos en pos del bienestar de los pacientes. Pero hace no tanto tiempo,
esto no era así.
Recuerdo que estaba haciendo una pasantía para una materia
de la facultad en un servicio de psicopatología de un hospital muy importante y
una mañana viene un neurólogo con la ficha de una paciente, me la entrega
y me dice: "se las derivo a ustedes porque no tiene nada".
Es decir que, para ese médico, si lo que afectaba a la
paciente no salía en una tomografía, eso implicaba que la paciente no tenía
nada. Que mentía, podríamos decir siguiendo el razonamiento
de Morel. Sin embargo, esa mujer que para ese médico no
tenía nada, sufría un cuadro de angustia extremo y no podía ni trabajar ni hacerse cargo de sus hijos.
Sé que todo esto que estamos hablando va más allá de la
propuesta de este libro, pero quisiera agregar algo más, haciéndome cargo
de que es una temática que
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me resulta apasionante. De hecho, el psicoanálisis nace a partir del
estudio de la
histeria. Por eso, permítanme que siga apenas algunos pasos más.
Jean-Pierre Falret, otro importante psiquiatra marsellés,
sostuvo que las mujeres histéricas son fantásticas y caprichosas: que
"pasan fácilmente del entusiasmo a la depresión,
tienen una gran disposición a la contradicción, a la resistencia, un espíritu
de duplicidad y de mentira que las lleva a exagerar todo teatralmente".
Esto, como imaginarán, hizo que los médicos ya no se
ocuparan más de las histéricas y se las tomara por simples simuladoras y
mentirosas. Pero, por suerte para las histéricas, llegarían Charcot, Breuer y
Freud a darle un estatuto diferente. Sobre todo Freud, por supuesto, que
postuló que la histeria no era una enfermedad neurológica, sino psíquica, que
introdujo la noción de que las histéricas sufrían de reminiscencias, que la
enfermedad tenía un mecanismo psíquico que la justificaba y estableció como
condición de su aparición la existencia de un trauma de origen infantil primero y de una fantasía de contenido sexual, después. Pero
¿cómo
funciona esto?
Angustia y sexualidad
Aprovechemos los conceptos de inconsciente y represión
que hemos apenas
bosquejado en capítulos anteriores y, para responder a esa pregunta voy
a apoyarme en una escena de una película que seguramente la
mayoría recordará y, a los que no la hayan visto, se las recomiendo
calurosamente: El príncipe de las mareas, protagonizada por Nick Nolte
(Tom Wingo) y Barbra Streisand (Susan Loweinstein) quien
además la dirigió.
En esta película ella encarna el papel de una terapeuta
que tiene una paciente que está internada y muy grave por un intento de suicidio.
Y, con el afán de ayudarla llenando los huecos en su memoria, decide tener
algunas charlas con su hermano para que le hable de la infancia de su paciente
y, por ende de la de él mismo.
Como vemos, no estamos hablando de una psicoanalista, ya
que dijimos que la realidad que le interesa al analista, es la realidad
psíquica de su paciente y no tiene
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interés en los recuerdos o asociaciones que pudieran aportar otros desde
afuera.
Pero, independientemente de que Susan Loweinstein trabaje de un modo técnicamente diferente, lo complicado es que hará todo mal ya que, a
partir de sus charlas con Tom irá de a poco habilitando un lugar terapéutico
también para él en el que era el marco de su hermana y terminarán teniendo una
relación amorosa.
Esto que digo apenas si es un señalamiento, dado que
estamos hablando solamente de una ficción que puede, por ende, permitirse
ciertas licencias artísticas. De hecho, el film es digno de ser visto por
sus actuaciones y por la potencia de su historia.
Pero la escena que nos interesa es la siguiente:
Loweinstein le había preguntado a Tom acerca de una palabra que su
hermana
pronunciaba en su delirio y que para ella no tiene ningún sentido:
Callenwolde. Él le responde que no sabe de qué le está hablando. Pero
unas sesiones después le dice que quiere contarle algo. Hace un momento de
silencio mientras recuerda. Su gesto va cambiando del
humor casi maníaco que lo caracteriza a una profunda tristeza y le cuenta a la terapeuta un suceso que les ocurrió cuando eran niños.
Una noche en la que estaban junto a su hermana y su madre
llegaron a la casa tres desconocidos. Irrumpieron de un modo violento y uno
de ellos llevó a su hermana a un cuarto en tanto que otro hacía lo propio con
su madre. Él escuchó y supo que las estaban violando.
La terapeuta le pregunta si él no hizo nada, si no corrió
a buscar ayuda, si no intervino de alguna forma, y él le responde que no. ¿Por
qué?, le pregunta. Él responde que no lo sabe.
Ella se da cuenta de que la tristeza ha mutado en angustia
y le pregunta dónde estaba él en el momento en el que violaban a su hermana y
a su madre, y Tom responde que no puede recordarlo. Entonces Loweinstein le
recuerda que él dijo que los hombres que habían irrumpido en su casa eran
tres; uno estaba con su
hermana, otro con su madre, ¿dónde estaba el tercero?
Se hace un profundo silencio. El recuerdo pelea por
abrirse paso y la represión por mantenerlo inconsciente. En ese instante una
intervención de la terapeuta gira la llave: "Puedes decirlo... no
hiciste nada malo".
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Después de unos instantes, Tom confiesa que en ese
momento el tercer hombre
lo estaba violando a él. Que aún recuerda sus palabras: "me gusta
la carne fresca", después de lo cual la mira y le dice asombrado: "yo
no pensé que algo así le podría ocurrir a un
niño".
En ese momento se escucharon unos disparos. Era el hermano
mayor de Tom que había regresado y mató con su rifle a dos de los
intrusos. El tercero fue apuñalado por la espalda por su madre con un cuchillo.
Después de esto, entre todos limpiaron la sangre del piso y las paredes y,
mientras lo hacían, la madre decía todo el tiempo:
"esto no ocurrió... esto no ocurrió". Después les hizo prometer que jamás iban a hablar de lo sucedido, con nadie, ni siquiera con su
padre, porque si no, ella no volvería a ser su mamá nunca más.
De modo que, cuando el padre volvió del trabajo, la cena
estaba preparada y todos comieron como si no hubiera pasado nada. Esos hombres
habían escapado de
una prisión llamada "Callenwolde".
Después de narrar esa tremenda escena, Tom hace un
prolongado silencio y le dice: "creo que el silencio dolió más que la
violación".
Hasta aquí la escena que me interesa rescatar. Primero
para mostrar cómo juega su papel la represión, cómo ese mecanismo de
defensa produce que un hecho traumático, tremendo, difícil de
soportar para la psiquis, quede olvidado, aunque sería más
preciso decir, pase a formar parte de los contenidos inconscientes.
El director pone en la voz de la madre, lo que suele
provenir de una voz interior e inconsciente: "esto no pasó".
Segundo, para ejemplificar cómo eso que ha sido reprimido
insiste por ganarse un acceso a la consciencia de alguna forma. Aunque sea,
como en este caso, una forma tan dramática que lleva a la persona a un intento
de suicidio.
Tercero, para retomar aquello que decíamos acerca de que
los recuerdos reprimidos vuelven disfrazados. En el film, el disfraz es
"Callenwolde", esa palabra que la hermana de
Tom repite sin saber qué significa y que luego él recordará que era el nombre de la prisión de la que habían escapado aquellos hombres.
Cuarto y principal, para señalar como eso, desde lo
inconsciente tiene consecuencias y produce síntomas y dolor en el sujeto; y
por último, rescatar la frase final de Tom: "el silencio dolió más que la
violación", es decir que la falta de
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palabras es lo que produce el daño mayor. Porque la imposibilidad de
simbolizar,
de ponerles palabras a lo sucedido, es lo que enferma al sujeto.
¿Pero qué tiene que ver esto con la Histeria y las Obsesiones?
Podríamos intentar una explicación que tiene que ver con las primeras
formulaciones del psicoanálisis, pero que servirá para aclarar un poco
este tema y será más que suficiente para los límites que se fija este
libro.
Para eso tenemos que saber que todo lo que nos pasa en la
vida genera en la psiquis una representación y que la misma tiene una
cantidad de energía que es la que le permite avanzar a la
conciencia. Esa energía es como la nafta de un automóvil.
Y, así como un auto sin nafta no puede moverse, de la misma manera un recuerdo
sin energía queda olvidado.
Eso es lo que hace la represión, separa del recuerdo esa
energía para impedir que recordemos los sucesos dolorosos y así, esas
representaciones van a parar a lo
inconsciente. Ahora bien ¿qué pasa con esa energía que ha quedado libre?
Hay diferentes posibilidades, cada una de las cuales
determina una estructura distinta.
Volvamos a la película y supongamos que en ese momento en
el que ese chico está siendo abusado y en el que su mente le dice que eso no
puede estar pasando ("nunca pensé que algo así le podía ocurrir a un
niño", "esto nunca pasó") la energía, bajo la
forma de la angustia generada por la situación, fuera proyectada y puesta, por
ejemplo, en el hecho de que la habitación está a oscuras y las puertas y ventanas están cerradas. Esa proyección de la angustia hacia algo
externo es lo que daría lugar a una fobia. Ese sujeto tendrá luego un
inexplicable miedo a los espacios cerrados y deberá dormir con la puerta abierta o
con alguna luz encendida.
Si, en cambio, la angustia se dirigiera a algún dolor
corporal, o a un desmayo, estaríamos en el territorio de
la histeria, la cual por eso mismo se caracteriza por la fuerte pregnancia del
síntoma en el cuerpo (dolores de cabeza, contracturas, etc.).
Si lo que se hiciera cargo de recibir esa energía ya no
fuera algo externo ni el propio cuerpo, sino una idea sustituía ("esto
sucede porque no cerramos la puerta con llave",
por ejemplo) estaríamos ante una estructura obsesiva y ese sujeto tal vez deba
comprobar diez veces por día si la puerta está bien cerrada, y volver a su casa
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luego de haber caminado dos cuadras para corroborar lo que ya sabe: que
efectivamente la puerta estaba con llave.
Es decir que de acuerdo al modo en que es reutilizada esa
energía, esa angustia —dirá Freud en un comienzo—, se diferenciarán la histeria,
las fobias y las obsesiones. Y digo en un comienzo porque después la
teoría se irá modificando con el paso del tiempo.
Pero no podemos dejar de lado los aportes de Lacan, quien
las relacionará fuertemente con el tema de la identificación y el deseo.
Cómo cada una de ellas se posiciona frente a su propio
deseo.
Pero, como dice el refrán, mejor no seguir aclarando
porque podría oscurecer. Sólo quise dejar en claro que, para el psicoanálisis,
histérica no es esa mujer que nos lleva hasta su habitación y
cuando está allí dice: "esperá, no sé qué estoy haciendo acá", sino que es algo mucho más difícil y doloroso.
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