jueves, 9 de abril de 2015

HISTORIAS INCONSCIENTES-LA IDENTIFICACIÓN

La
identificación



Según  una  idea  preexistente,
la                  identificación                    era
considerada  un  fenómeno psíquico  que  se  daba  entre dos  personas  según  el  cual, una de ellas iba incorporando características  de  la  otra,  es decir, se identificaba con ella.


Esto  no  es  así  para  el
Psicoanálisis.            Por                 el
contrario, Freud no lo plantea como  una  relación  entre  dos personas  sino  como  algo  que ocurre dentro de la psiquis de un  mismo  sujeto.  No  se  trata
de                         que                        alguien
voluntariamente  imite  rasgos de  otro,  que  los  elija  por admiración  o  conveniencia, pues el proceso identificatorio


ocurre  en  el  silencio  oscuro
de lo inconsciente.
Pongamos un ejemplo.
Cuando una madre muere
y una de sus hijas comienza a ocupar su lugar en la mesa, a hacerse  cargo  de  las  tareas familiares  o  a  reproducir
alguno                            de                          sus
comportamientos,              alguien
podría suponer que esta mujer se  ha  identificado  con  su


madre.  Pues  bien,  sería  un
error  pensarlo  así  desde  el Psicoanálisis.
En  cierta  ocasión,  un paciente  cuyo  padre  había muerto  hacía  muchos  años, tuvo que ir a retirar sus restos del cementerio. Poco después de este suceso lo invadió una profunda  angustia,  se  separó de  su  mujer,  dejó  su  hogar  y renunció  a  su  trabajo  porque


decía  que  ya  estaba  podrido.
«Como su padre», le señalé.
En                      este                      caso,
efectivamente, su Yo se había
identificado                     con                   la
representación  que  había quedado en él después de ver aquellos  restos:  él  también estaba podrido.
Podríamos                         decir,
entonces,  que  en  la identificación  una  parte  del


Yo  del  sujeto  se  apropia  de
un  rasgo  del  objeto  que, aunque  tenga  origen  en  una persona, ya es parte de él bajo
la                 forma                  de                 una
representación inconsciente.


De  este  modo  piensa Freud  la  identificación.  Pero Lacan irá más allá, hasta decir que  no  se  trata  de  que  el  Yo del  sujeto  vaya  incorporando


algunas  características  de  los
objetos  internalizados,  sino que  son  esos  objetos  con  los que  se  identifica  los  que  van formando  el  Yo.  Invierte  la ecuación  y  ya  no  es  el  Yo  el que  se  apropia  de  partes  de los objetos, sino que son estas
partes                 las               que              van
constituyendo el Yo que será, en  definitiva,  una  suma  de identificaciones.


Para  Lacan,  entonces,  es
un  concepto  que  viene  a  dar cuenta  del  proceso  mediante el cual el cachorro humano se transforma en un sujeto.


La  identificación  puede ser  total  o  parcial.  De  la primera,  también  llamada identificación  primaria,  no diré mucho. Simplemente que es  previa  a  toda  posibilidad


de  amar  a  otros  y  que  es
esencialmente  mítica;  una construcción necesaria para el sostén de la teoría. No hace a los intereses de este libro que nos  detengamos  en  un concepto tan complejo.
En  cuanto  a  las
identificaciones             parciales,
digamos que pueden darse de diversas formas.


Identificación               al
rasgo:  Freud  la definirá  como  una
identificación
regresiva.  ¿Por  qué? Porque  dirá  que  se
trata                      de                     la
identificación  a  un rasgo de un objeto que fue  amado  y  perdido.
Es                  decir                   que
previamente hubo una


ligazón                 afectiva
(catexis  libidinal  de objeto)  con  él.  Pero ocurre  que  el  sujeto debe  renunciar  a  este amor  por  incestuoso y,  en  esa  renuncia dolorosa,  cuando  su libido  regresa,  trae consigo  al  menos  un rasgo  de  ese  objeto  y lo  conserva.  Ya  que


no  puede  tenerlo,  lo
incorpora                            se
transforma un poco en él.
Estamos  hablando, claramente,  de  los personajes  de  la escena edípica.
Este                   tipo                  de
identificación               es
especialmente
importante  ya  que  no


se  trata  de  un  rasgo
cualquiera  sino  que será  el  rasgo  que busquemos  en  cada una  de  las  personas que  amemos  en nuestra vida.
Cierta  vez,  en  una
conversación             que
tuvimos,  Alejandro Dolina  dijo  que  si
pudiéramos            poner


sobre  una  mesa  las
fotos  de  todas  las personas  que  hemos amado,  seguramente le  encontraríamos  un atributo en común.
En  verdad  estaba hablando  de  esto.  De ese  rasgo  que  hemos
incorporado                          de
aquellos  que  amamos y  a  los  que  debimos


renunciar.  ¿Y  cuál
puede  ser  ese  rasgo? Cualquiera:  un  olor, un  gesto,  un  modo particular  de  mirar  o el sonido de una risa.




Identificación  con  la imagen  del  objeto: aquí  la  identificación no  se  da  a  un  rasgo


sino  a  la  imagen  total
del  objeto.  La  versión patológica  de  esto  se ve  en  la  dolencia  a  la
que               denominamos
melancolía                     Esa
experiencia  particular en  la  cual,  según palabras de Freud, «la sombra  del  objeto  ha caído sobre el yo».
En  su  intento  por


conservar a la persona
perdida,  ya  sea  por muerte o abandono, el Yo  hace  suya  esa
imagen                             vive
pendiente de ella.
En  una  ocasión,  una mujer  mayor  vino  a verme  porque  no podía  superar  una ruptura  de  pareja.
Había                               sido


abandonada  y  me
confesó  que,  desde entonces,  no  había vuelto  a  estar  con nadie  más  y  que  no podía  dejar  de  pensar en  él  ni  un  instante. Le  pregunté  cuánto hacía que esta relación había terminado, y me respondió:  veinticinco años. Como vemos, se


trata  de  algo  extremo,
sufriente                           que
condiciona  la  vida  de alguien  a  un  duelo patológico  que  no cesa.





Identificación  a  la
emoción                             esta
modalidad  es  la  que
denominamos


identificación
histérica  e  implica que  lo  que  la  provoca es  simplemente  el hecho  de  compartir una  misma  situación de deseo.
Es  lo  que  ocurre,  por ejemplo,  en  una cancha  de  fútbol cuando  miles  de
personas                           gritan


unidas,  cantan  y  se
emocionan.                          Es
probable  que  si  el equipo  por  el  que simpatizan  hiciera  un gol,  se  abrazaran como si fueran amigos cuando  en  realidad sólo los une el anhelo común  de  que  su
cuadro                 gane               el
encuentro. Esto es tan


así  que,  si  concluido
el mismo, esa persona les  pidiera  que  lo invitaran  a  su  casa, seguramente  dirían que  no,  que  es  un desconocido,  a  pesar de  que  hace  unos instantes  estuvieran uno  en  los  brazos  del otro.


Algunos                   comentarios
sobre el caso.
Julio  llega  a  mí movilizado  por  un  libro  que yo  había  escrito:  Encuentros (El  lado  B  del  amor),  y  lo pone en juego de inmediato.
En  nuestra  primera entrevista  lo  ve  en  mi biblioteca  y  dice:  «Lindo revuelo  generó  con  lo  que expuso  aquí».  Obviamente


que,  desde  su  decir
consciente, hablaba del lector en general, pero de inmediato intuí  que  al  que  le  había generado  un  revuelo  interno era  a  él.  De  hecho  lo  citó  en varias  ocasiones  y  en  todas ellas  intenté  que  se  hiciera cargo  de  que  esos  dichos  lo involucraban,  que  aquellas frases  que  soltaba  al  pasar: «la  pareja  es  difícil»,  por


ejemplo,  empezaran  a  tener
protagonismo  en  su  análisis como  un  discurso  que  ponía en  juego  lo  que  le  estaba ocurriendo.
Uno  de  los  capítulos  que más lo habían movilizado era el  que  se  refería  a  la infidelidad y poco a poco nos fuimos  acercando  al  nudo  de su conflicto.
Su síntoma inicial era una


sensación  de  enojo  que  pudo
ligar  con  aquellos  pacientes que  tenían  problemas  de pareja  por  cuestiones  de engaño.  Se  hizo  responsable de  sus  propias  infidelidades
aunque                                   restándoles
importancia,  hasta  que  llegó al  núcleo  de  su  angustia  que tenía  que  ver  con  que  su mujer  lo  engañaba  desde hacía mucho tiempo.


Al  terminar  nuestro
primer  encuentro  yo  había
escrito:                 «Hombres         que
merecen  maltrato  porque  no cumplen con las reglas», y mi hipótesis  inicial  fue  que  esa frase aludía a algún fantasma fundamental  de  Julio  que tenía  que  ver  con  su sufrimiento actual.
En  una  de  las  sesiones dice  que  le  gustaría  ser  otra


persona.  Puntualmente,  el
hombre que se acuesta con su mujer.  ¿Pero  ese  deseo  de convertirse  en  otro  podría facilitar  que  se  identificara con  él?  Claramente  no,  ya
que              dijimos                que              la
identificación  es  un  proceso profundo e inconsciente.
Ya  develada  la  traición que  estaba  sufriendo  postula dos  cuestiones  inquietantes.


La primera, si mata o no a su
esposa.  La  segunda,  si  debe suicidarse.
En  esa  ocasión,  le pregunté  si  se  consideraba capaz,  por  ejemplo,  de  matar de  un  tiro  a  su  mujer,  y  me respondió que «no hacía falta ser tan cruel».
Esta  frase  es  muy significativa,  ya  que  un recuerdo  despertado  durante


el  análisis  da  cuenta  de  una
vivencia  infantil.  Su  madre engañaba  a  su  padre,  como Carla  lo  engañaba  a  él,  y  en cierta  ocasión  vio  cómo  el hombre  la  había  puesto  de rodillas  y  le  apuntaba  con  un revólver en la cabeza.
Sin  dudas,  para  el  niño que  era  en  aquel  momento, esa escena fue de una enorme crueldad;  crueldad  que  ahora


él  decía  claramente  que  no
era  necesaria.  ¿Para  quién? ¿Para  Carla?  No.  En  verdad, hablaba de él mismo en aquel suceso  infantil  que  tanto  lo había traumatizado.
No fue fácil transitar esos momentos, pero a pesar de su dolor  y  su  vergüenza,  Julio comprendió  que  la  respuesta a  sus  preguntas  era  que  no. No podía matar a su esposa ni


iba a suicidarse.
¿Pero  cómo  se  enlaza toda  esta  historia  trágica  con lo  que  hemos  estado planteando  acerca  de  la
identificación?


Hablamos                     de                  la
identificación  al  rasgo  y dijimos  que  no  se  trataba  de un  rasgo  cualquiera.  Llegado este  punto  me  animo  a


plantear  que  es  una
identificación con el padre en el  momento  de  mayor feminización.  Dicho  de  otra manera:  se  identifica  al hombre  allí  donde  el  hombre no puede. ¿Y qué es lo que el
padre no había podido?
Antes que nada, conseguir la  fidelidad  de  su  mujer; luego,  matarla.  Y  justamente estos  dos  momentos  en  los


que su padre fracasó, eran los
rasgos a los que Julio se había identificado.
Por  eso  se  humillaba, rogaba,  era  un  hombre impotentizado como su padre pero,  como  él,  incapaz  de matar  a  Carla  y  de  lograr  su fidelidad.
La  escena  en  la  que disuelve  las  pastillas  en  la copa  marca  un  episodio  de


identificación histérica con su
padre. La lógica que armó en su  inconsciente  fue:  «Si  mi padre, ante una infidelidad de su  mujer,  intentó  matarla, ¿por  qué  no  voy  a  intentarlo yo  si  me  está  ocurriendo  lo mismo?».
Como  vemos,  comparte
una                 misma                  situación
emocional  con  él,  algo  del
todo               diferente                            la


identificación al rasgo, que es
parte de su personalidad.
En  este  punto  encuentra un  sentido  aquella  frase inicial  que  guió  mi  hipótesis. Julio  se  ubicó,  junto  a  su padre, como uno más de esos
hombres                que              merecían
maltrato  por  no  cumplir  con las  reglas.  Los  agravios  de Carla, la lástima de Rubén, su manera  de  humillarse  a  sí


mismo  eran  su  modo  de
repetir  el  maltrato.  ¿Y  cuál era la regla que ni su padre ni él habían podido cumplir? La de  conservar  el  deseo  de  su mujer.
Un  último  desafío  se  le presentó a este análisis: evitar que  Julio  también  se identificara  con  el  modo  de vivir  de  su  padre  y  se convirtiera  en  una  rama  que


se fuera secando hasta morir.
Por  suerte,  la  pulsión  de vida,  la  lucha  por  la  sanidad primó  en  él.  Enfrentó  y cuestionó  cada  una  de  estas cosas. Comprendió que desde el  vamos  había  armado  su relación  atravesada  por  la infidelidad,  rasgo  prominente de  la  pareja  de  sus  padres  ya que  todo  el  tiempo,  o  había engañado  o  había  sufrido


engaño.  Por  eso,  cuando  su
esposa quiso volver se negó a hacerlo.  Le  costó  mucho, pero concluyó que la elección de  Carla  había  estado marcada  por  esa  compulsión a la repetición que le imponía su modelo de origen y decidió que,  esta  vez,  iba  a  intentar que fuera diferente.
Todavía no lo ha logrado, pero  aun  así,  ha  roto  una


cadena  que,  durante  toda  su
vida,  lo  había  mantenido aferrado  al  sufrimiento.  Su camino  no  será  fácil,  y  es comprensible.

La tendencia a hurgar allí donde duele atrae como atrae el  abismo.  Y  hay  que  estar muy  sano  para  resistir  la tentación de lastimarse.