
(La historia de Laura)
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
J.
L. BORGES
--Yo sé que voy a poder arreglarme sola. Lo hi- ce durante
toda mi vida, así que no veo por qué no lo voy a poder hacer ahora.
--De todos modos, supongo que es una situa-
ción dolorosa¼
--Sí, sobre todo para Pilar. Ella siempre tuvo una imagen de
familia muy fuerte y está muy ape- gada a su papá. Calculo que es algo normal
en una nena de ocho años. Igual, Sergio y yo decidimos que vamos a hacer las
cosas con calma y sin apu- ro. Somos personas inteligentes, así que no hay ra- zón
para que esto se convierta en algo traumático. Por eso te repito que mi única
preocupación es la nena.
--¿Y qué querés decir con esto de hacer las co-
sas "con calma y sin
apuro"?
--Que nosotros nos llevamos bien, nos quere- mos, nos
respetamos¼ No hay por
qué apresurar
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HISTORIAS DE DIVÁN
la salida de
Sergio de la casa. Ambos estuvimos de acuerdo en que se va a quedar un tiempo más mientras
consigue algo digno, con las comodida- des que él se merece y con un lugar para que Pilar lo pueda
visitar.
--Ajá. ¿Y
mientras tanto qué se le dice a la nena? --No sé. Iremos viendo.
--¿Él dónde
va a dormir? --me mira como si le
hubiera
preguntado un disparate.
--En la cama,
¿dónde va a dormir?
--¿Con vos? --Obvio.
--Entonces
perdoname, pero no entiendo.
--¿Qué no
entendés?
--Me decís
que se separan pero que por aho-
ra no le van
a decir nada a Pilar. Y que él se que- da a vivir en la casa y va a dormir en
la cama con vos. ¿Me explicás de qué separación me estás ha-
blando?
--Ya te lo
dije: de una separación inteligente¼ --¿Y
de quién fue la idea de este modelo tan "in-
teligente"
de separación?
--Mía.
Me quedo
pensando algunos segundos.
--Laura, si
ustedes, como me dijiste recién, se
llevan bien,
se quieren, se respetan y no tienen pro- blemas en compartir ni la casa ni la
cama, ¿por qué
se separan?
Silencio.
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--Porque Sergio lo quiere.
--¿Y vos?,
¿vos también lo querés?
Baja la
mirada y no dice nada. La conozco lo
suficiente
como para saber que la respuesta es un "no". Pero no me lo va a decir: no puede
enfrentar este rechazo. Sin embargo, va a tener que hacerlo. Y aunque esto sea
precipitarla en un abismo de do- lor, no voy a tener más remedio que empujarla
ha- cia la verdad y acompañarla.
En el momento de enfrentar esta situación, Laura tenía
cuarenta y dos años, su hija Pilar ocho, y su esposo, Sergio, cuarenta y tres.
Se trata de una mujer que ha pasado momentos difíciles: un padre que se fue
del hogar cuando ella era muy chica y que se desentendió para siempre de su
familia, y una madre depresiva que no pudo enfrentar la si- tuación y que se
abandonó sin reparar en que po- nía en riesgo a sus dos hijos, a Laura, de seis años, y a
Gustavo, de cuatro.
La suya fue una infancia llena de privaciones, hasta que
comprendió --a los trece años-- que ése no era el destino que ella quería. Entonces consi- guió un
trabajo de medio día, se hizo cargo de sus estudios secundarios y también
del cuidado de su hermano y de su madre. Nunca tuvo tiempo ni oportunidad
para detenerse a lamentar sus pérdi- das o angustiarse ante sus dificultades: "Yo tenía
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HISTORIAS DE DIVÁN
que seguir,
porque si no, nos iban a comer los pio- jos", dice cada vez que recuerda.
Así fue enfrentando cada uno de los desafíos de su vida. Se
recibió de doctora en medicina a los veinticinco años, y su hermano, gracias a su ayu- da, de
arquitecto. Como ella suele decir: "Salí de la nada y ahora soy una mujer
exitosa".
Laura se casó con Sergio, un médico que cono- ció durante
su residencia en el hospital, y a los trein- ta y cuatro años tuvo a Pilar,
su única hija. Es una mujer inteligente, hermosa, de ánimo fuerte. Las cir- cunstancias
de la vida la llevaron a desarrollar un sentido del humor y una ironía que
hicieron que nuestras sesiones fueran, aun al tratar los temas más complejos,
estimulantes para ambos.
Por eso me sorprendí cuando me enteré de lo de su
separación: nunca había comentado ningún ti- po de malestar en su pareja. Y
creo que también fue una sorpresa para ella.
--¿Vos
aceptaste?
--Obvio.
Sergio no será un galán terrible, pero
tampoco es un
violador. Si yo no hubiese querido, no lo habríamos hecho.
--¿Y por qué
lo hiciste?
--A ver,
decime, porque a lo mejor soy muy "ra-
ra" y
no me doy cuenta, ¿no? ¿Vos nunca tuviste ga-
nas de
coger?
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--Sí, pero no lo hago con mis ex. Aunque a lo mejor es
porque tampoco tengo por costumbre vi- vir con mis ex, como lo hacés vos --respondo con tono
inocente.
--Te voy a decir que te estás perdiendo una ex-
periencia muy
divertida¼
Me saca una
sonrisa.
--Laura,
hablemos en serio.
--Está bien.
Pero, ¿cuál es el problema si tengo
sexo con
Sergio?
--Que puede
confundirte.
--A mí no me
confunde. Yo tengo las cosas muy
claras.
--Permitime dudar.
--¿Puedo
saber por qué?
--Porque ya
hace un mes que ustedes se plan-
tearon la
separación y hasta ahora no cambió na- da. Es muy difícil hacerse a la idea de
que las co- sas son diferentes cuando en realidad todo sigue igual.
--¿Querés
decir que yo debería echarlo?
--No lo sé.
Pero por lo menos pueden volver a
conversar
sobre el tema. ¿Quién te dice? Tal vez Sergio cambió de opinión y vos podés relajarte sa- biendo
que ya no va a "abandonarte" --me mira con una sonrisa.
--Sos un turro.
No me hace
falta ningún gesto para dar por ter-
minada la
sesión. Laura hace algunas bromas mien-
21

HISTORIAS DE DIVÁN
tras nos
dirigimos hacia la puerta. Pero sé que es- tá movilizada, y también estoy
seguro de que va a hablar con él.
--Ya está,
le dije que se fuera.
--A ver,
contame un poco cómo fue la charla.
--Hace dos
noches, cuando nos acostamos, le
pregunté si
seguía con la idea de separarse. Dio un montón de vueltas pero terminó
diciéndome que sí. Y entonces le dije que lo hiciéramos de una vez por
todas.
--¿Y cómo te
sentís?
--Preocupada.
Con esto de que yo siempre me
hice cargo de
todo el mundo, me angustia que Ser- gio no sepa ni siquiera buscarse un
departamento,
ocuparse de¼
--Alto, Laura. Sergio es un adulto. Y vos no lo estás
echando. Tenés que asumir que es él quien se quiere ir.
--¿Tenías que
decirlo así?
--Sí, porque
es la verdad, y hay que poner las
cosas en su
lugar, ¿no te parece? Y para eso debe- ríamos, antes que nada, aclarar algo.
--¿Qué?
--Vos le
preguntaste si seguía con la "idea" de
separarse,
¿no?
--Sí.
--Bueno, la
pregunta fue errónea, porque no es
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que él tenga
la "idea" de separarse de vos, sino que tiene el
"deseo" de hacerlo. Y ese deseo de no ser más tu pareja es el
producto de otra cosa.
--De una
falta de deseo hacia mí. --Sí.
Silencio.
--Eso me lastima. --Lo imagino.
--No
entiendo por qué. ¿Qué hice mal? Lo apo-
yé en todo,
trabajé a su lado, fui compañera, soy una mujer autosuficiente, independiente,
que no jode, buena madre¼ Si ni
siquiera me di el permi- so de engordar en paz --bromea.
--Laura, es probable que no tengas la respues- ta a esa
pregunta que te estás haciendo porque es- tás buscando en vos la explicación de
un deseo que es de él. No creo que tenga que ver necesariamen- te con algo
que vos hiciste mal, sino con sus pro- pios procesos internos.
--¿Y qué hago? ¿Voy y le pregunto por qué to-
mó esta
decisión?
--¿Serviría
de algo? Piensa.
--No lo sé.
Creo que no. Siempre me burlé de
las personas
que se hacen explicar lo evidente, y creo que eso es lo que yo estoy haciendo. ¿No me quiere más?
Bueno, que se vaya. Toda mi vida la construí sin él a mi lado, y voy a seguir haciéndolo --se
pone a la defensiva, negadora, y su comporta-
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HISTORIAS DE DIVÁN
miento
tiende a la soberbia--. Además, no sé cómo se va a arreglar sin mí: en esta
familia, la que tra- baja en serio para ganar dinero soy yo. Pero en fin,
ése ya no es
mi problema, ¿no?
--Laura, te noto enojada, pero creo que ese eno- jo no es
real.
--¿Ah, no?
--No. Me
parece que estás utilizando un meca-
nismo de
defensa infantil.
--¿Cuál?
--¿Viste que
los nenes, cuando les decís que no
les vas a dar
algo, te miran y te contestan "Y a mí qué me importa, si igual yo no lo
quería"? --Se ríe, pero se le llenan los ojos de lágrimas.
--Ya sé, soy
patética.
--No, sos
humana. Y a las personas estas cosas
nos duelen.
Saber que nos dejaron de querer y de desear nos lastima y nos angustia. ¿Qué le vas a ha- cer? En
definitiva, aunque te empeñes en disimu- larlo, sos tan normal como cualquiera. Y vas a te- ner que
aceptarlo.
--¡Qué
cagada! --me sonríe.
--¿Y entonces?
--Quedamos en
que este fin de semana se va,
pero antes
tengo que hablar con la nena. Porque no puede despertarse un día y nada por
aquí, nada por allá: papá desapareció.
--¿Por qué
tenés que hablar vos? --¿Quién querés que hable? ¿Él?
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--No, los dos. Laura, cuando los padres deciden separarse es
importante que ambos hablen con el hijo, porque el chico necesita escucharlos a ambos.
--Claro,
entonces la siento y le digo: "Pilar, este señor que está aquí, que hasta ahora fue tu padre, ha decidido dejarnos. Por lo tanto te queremos de-
cir que ya no va a vivir más con nosotras". ¿Así te
parece bien?
--Así me
parece un horror.
--Pero es la
verdad. --No puede pensar clara-
mente.
--No, no es
la verdad.
--¿Cómo que
no?
--No. En
primer lugar, Sergio no decidió dejar-
las a las dos,
sino solamente a vos --me mira en si- lencio--.
Y en segundo lugar, él no fue su padre has- ta
ahora. Él es su padre y va a seguir siéndolo. ¿O vos tenés miedo de que él haga
con Pilar lo que tu papá hizo con vos? --Silencio. Aparecen algunas lá- grimas.
--Ése fue un
golpe bajo.
--Fue una
pregunta. ¿Me podés responder? --No, no tengo ese miedo. Él no haría eso.
--Bueno,
entonces hacete cargo de que tu hija
tiene un
padre mejor que el que vos tuviste y no mez- cles tus pérdidas pasadas con las
de Pilar. --Conti- núo después de unos segundos: --Laura ¿vos querés
que la nena
salga bien parada de esta situación?
--Por
supuesto.
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HISTORIAS DE DIVÁN
--Entonces pensá qué es lo mejor para ella, por- que en
definitiva va a ser lo mejor para vos, ¿o no?
--Sí. Porque
si yo la veo mal creo que me muero. --Y¼ mal la vas
a ver. ¿O pretendés que no le
duela que su
padre se vaya de su casa? No, Laura, no entres en negaciones absurdas. No podés
hacer de cuenta que a Pilar no le ocurrió nada. Aceptá que a la nena
esto le va a traer aparejado algún do- lor y acompañala lo mejor que puedas.
--¿Y cómo se
hace?
--Como te
dije, háganle ver que es una decisión
de los
padres de la que ambos se hacen cargo. No se echen mutuas culpas, porque en ese intento por
justificarse ante ella la van a obligar a tomar parti- do, y eso le
puede provocar un gran desequilibrio emocional. Porque si se ve obligada a inclinarse en favor
de uno de ustedes, se va a sentir culpable por lo que le hace al otro.
--Sergio quería que le contáramos un poco lo que nos
pasaba y le pidiéramos su opinión, como para no dejarla afuera de la decisión.
--Es que ella está afuera de la decisión, Laura. Odio este
lugar de maestro ciruela, pero no quiero que manejes las cosas de una manera que después te sientas
mal. Por eso te pido permiso para acon- sejarte, aunque me corra un poco del
lugar de ana- lista. No lo hagas. Si ella sintiera que tuvo que ver con esta
decisión, en algún momento va a pagar las consecuencias por sentirse responsable. Y eso se-
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ría muy
injusto, porque ella no tiene nada que ver.
¿No te
parece?
--Creo que
sí.
--Bueno,
andá. Y preparate: no va a ser un mo-
mento fácil.
--No te preocupes, esos momentos son mi espe- cialidad.
Interrumpimos la sesión y Laura se fue. Triste, pero un poco
menos confundida.
--¿Hablaron
con Pilar?
--Sí, ¿sabés
qué dijo?
--¿Qué?
--Que la
perdonáramos, que a partir de ahora
se iba a
portar bien. Sergio y yo no podíamos creer- lo. La abrazamos y nos pusimos
a llorar sin saber qué decirle.
--Y al
final, ¿qué le dijeron?
--Nada. --Me
mira un instante antes de hablar.
--Perdoname,
yo sé que este lugar no te gusta, pe- ro yo lo necesito. Dame un consejo, algo,
porque no sé cómo manejar esto.
Laura ha sido una paciente que, a pesar de ha- blar de
temas difíciles, siempre se mantuvo bajo control. Triste, agobiada tal vez,
pero controlada. Ésta es la primera oportunidad en la que la veo des- bordada. Y no
es para menos. Es muy duro para una mamá ver sufrir a su hija.
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HISTORIAS DE DIVÁN
--Hablá con
ella.
--¿Y qué le digo?
--La verdad. Que ella no tuvo nada que ver con la
separación.
--Pero claro
que no tuvo nada que ver.
--Vos lo
sabés, yo también, pero ella no.
--¿Cómo puede
ser?
--Los chicos,
Laura, saben cuándo se han por-
tado mal o
cuándo han tenido algún pensamiento negativo o violento hacia sus padres. Lo registran muy bien. Y
suele ocurrir que cuando algo pasa con uno de sus padres o, como en este caso, con ambos, se
echen la culpa pensando que es en cum- plimiento de alguno de esos deseos "secretos".
Por eso es fundamental exculparlos diciéndoles que es- to no tiene
que ver con ellos, que son cosas entre papá y mamá, y que ustedes la van a
seguir que- riendo siempre. Los dos. Además, tratá de que se relaje, explicale
que aunque las cosas van a cam- biar, la separación no implica la pérdida de los pa- dres. Sergio
va a ser tu ex marido, pero no su ex pa- pá. Decíselo bien clarito. Tiene que saberlo.
Y así lo hizo. Pilar, para asombro de Laura, comprendió
perfectamente la situación.
Obviamente, la separación fue el tema exclu- yente de
nuestras sesiones con Laura durante este período de análisis. Sergio alquiló un departamen-
28

to en
Belgrano con una habitación para su hija, e inclusive fue con la nena a
elegir los muebles y la decoración de ese cuarto. Pilar estaba enloquecida de
contenta: saber que tenía un lugar en la casa de su padre había hecho que se
relajara mucho. Es más, parecía disfrutar con tener un espacio en ca- da
casa. Ellos manejaron el tema con mucha ma- durez y, poco a poco,
desapareció la preocupación de Laura por Pilar. En cambio, con el correr de los
meses, aparecieron algunas sensaciones y temores que fueron objeto de nuestro
trabajo.
--¿Por qué
no, Laura?
--¿Para qué
voy a ir? Me deprime ver cómo to-
dos bailan
el carnaval carioca y ponen cara de di- vertidos mientras sacuden una maraca
con forma de choclo. Mejor, aprovechando que la nena está con el papá,
me quedo en casa, me alquilo una bue- na película, me pido una pizza y lo paso
genial. Sin
nadie que me
rompa los huevos. ¿Está mal?
--No lo sé, pero antes, cuando estabas con Ser- gio, ibas
a muchas reuniones como ésta y nunca te
escuché
quejarte. ¿Me equivoco?
--No, pero
era distinto.
--¿Por qué?
El carnaval carioca siempre fue
igual de
pelotudo, ¿o no?
--Sí --se
ríe. --¿Entonces?
--No sé¼ Bueno, che, ¿tanto quilombo
porque
no quiero ir
a un casamiento?
29

HISTORIAS DE DIVÁN
--No, no es por eso. Pero ¿me equivoco si digo que desde que
te separaste no volviste a ir a un
evento
social?
--Me aburren.
--¿Te
aburren o tenés miedo de que te tengan
lástima?
--¿Te volviste loco? ¿Lástima a mí? --Se enfu- reció con
mi pregunta. --Por si no lo sabés soy una profesional que se destaca por sobre los demás. Me rompí el
alma estudiando para que esto fuera así. Trabajo en el hospital para ayudar a los que no pue- den pagar
los honorarios que cobro en mi consul- torio particular. Y mi agenda está tan copada de pa- cientes que
si vos, mi psicólogo, me pidieras un turno, tendría que decirte que no puedo atenderte, cosa que en
este preciso momento haría con gran placer. Vivo muy bien de la profesión que amo, ten-
go una hija
hermosa¼
--Y no vas a las fiestas porque no tenés con quién
sentarte. --Me miró fijo. Sentí que tenía de- seos de matarme. --Claro --dije en un tono exage- rado--, vos imaginás que la gente debe pensar:
"¿Con quién sentamos a Laurita? Ya está. ¿Qué te parece si la mandamos
junto al tío Humberto, que tampoco
tiene con quién venir, a la mesa de los de-
sechables?"
--Ah,
no. Esto es demasiado, yo me voy. --Ama- ga
ponerse de pie.
--Laura, sentate ahí un momento.
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--¿Qué más
querés decirme?
--Nada más
quiero que veas que te estás aislan-
do de todos.
Yo sé que hay una especie de exigen- cia socio-cultural según la cual hay que organizar la vida de a
dos. Por lo tanto, muchas veces, el he- cho de estar solos nos deja fuera de
reuniones y de salidas. Es así. Siempre que te inviten a un lugar te van a
preguntar con quién vas a ir. Y bueno, tendrás que decir que vas sola. Ésa es
tu realidad ahora. Es- tás sola. Me parece bárbaro que un sábado te que- dés mirando
una película y comiendo pizza, pero ya van muchos fines de semana que lo hacés. Para ser más
preciso, todos desde que te separaste. ¿Y sabés qué? No sé si es lo que querés o si no te ani- más a
reconocer ante vos misma y ante los demás que te volvieron a abandonar. --Silencio. --Ahora sí, andá. Y
preguntate a quién está dirigido todo tu enojo, porque yo no te hice nada.
A la semana siguiente Laura vino al análisis y
empezó a
hablar de su historia con los hombres.
--La última sesión, antes de echarme, me pre- guntaste
hacia quién iba dirigido mi enojo. ¿Te
acordás?
--Sí.
--Estuve
pensando en eso y creo que tengo una
respuesta.
--Contame.
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HISTORIAS DE DIVÁN
--Mi rabia está dirigida a todos los hombres de mi vida.
--A ver, cómo es eso.
--Por
empezar a mi padre. Yo tenía seis años
cuando él se
fue. ¿Sabés cuántas veces vino a ver- me en veinte años? Ninguna. Se cagó en
mí, en mi hermano y en mi vieja. Podría habernos pasado cualquier
cosa y no se molestó siquiera en hacer un llamado. Volví a verlo recién a los treinta años. ¿Sa-
bés por qué?
--No.
--Porque yo
lo busqué. Estaba por casarme con
Sergio y
quería que mi padre estuviera presente. Entonces lo rastreé hasta encontrarlo.
Lo llamé y quedamos en vernos¼ No sabés lo nerviosa que es- taba. Ni me
acordaba cómo era. De todos modos, cuando lo vi me quise morir.
--¿Por qué?
--Porque
estaba hecho mierda. Un viejo, pela-
do, chiquito
y destruido. Lo primero que pensé fue: "¿Cómo es posible que por esta cosita yo haya su-
frido tanto?" Pero verlo así me dio tanta lástima que en lugar
de putearlo, ¿sabés qué hice? Me hice cargo de él. ¡Me hice cargo! ¿Me
entendés? De él, que en su puta vida se preocupó por si yo comía o no comía.
Pero, en ese momento, ni siquiera pude sentir bronca.
--Eso no es cierto. No pudiste expresarla, pero aquí está.
Mirala.
32

--¿Pero vale
la pena?
--No lo sé,
pero es así. Y no podemos negar la
verdad. Es
más, me parece que vos no vas a poder tener una relación auténtica con tu papá
hasta que no descargues toda tu rabia.
--¿Con él? No
puedo, ya te dije que me da pena. --Bueno, hacelo acá, como ahora. Pero date el
derecho a
sacar de vos todo ese enojo contenido. Dale, sabés que yo te escucho.
--Y¼ ¿qué otra te queda?
Hablamos
durante un rato de su infancia y de
sus
padecimientos. Realmente su niñez había sido terrible.
--Laura, ¿sabés qué es la
"resiliencia"? --No tengo ni la
más pálida idea.
--Es un
concepto que viene de la física. Se refie-
re a la
capacidad de resistencia elástica de algunos materiales para soportar un choque
y volver a recu- perar la forma inicial o aun lograr una forma mejor. En
criollo: es la cualidad de mejorar que tienen algu- nos elementos al ser
sometidos a condiciones extre- mas. La psicología ha adoptado este término para describir la
capacidad que algunas personas tienen de enfrentar experiencias adversas,
sobreponerse, y aun ser fortalecidas o transformadas para bien. Ja- más encontré
un mejor ejemplo de resiliencia que el tuyo. Y te felicito --me mira
agradecida. Necesitaba y
merecía un reconocimiento. --Pero vos hablaste de
"los hombres de tu
vida". ¿A quién más te referías?
33

HISTORIAS DE DIVÁN
--Hay algo que nunca te conté. Cuando tenía dieciséis
años yo estaba de novia con Martín, un amigo de mis primos de San Justo. Bueno, la cues- tión es que
después de un año y medio de noviaz- go quedé embarazada. --En este punto del
relato se angustia mucho. --Yo apenas podía conmigo, con mi hermano y con mi
vieja. Estaba asustada, desorientada, y no sabía qué hacer. Así que lo lla- mé y
me encontré con él para decirle lo que estaba pasando.
--¿Y?
--Me dijo que
era muy pendejo para enfrentar
semejante
problema. Que hiciera lo que quisiera, pero que él no iba a hacerse cargo de
nada. Ade- más, me dijo que¼ --se quiebra-- que ni siquiera sabía si era
de él. Que se daba cuenta de que yo te- nía una familia que dependía de mí y
que, si movi- da por la necesidad, había hecho algo no iba a juz- garme, pero
que era mi problema y que por favor no lo metiera en el medio¼ El muy turro me trató de puta. No
sé cómo me contuve, pero me levanté y me fui. No volví a hablarle nunca más.
--¿Y qué
pasó con el embarazo? --me mira.
--¿Qué iba a
pasar? --Toma aire. --Aborté. Con
todo el
dolor del alma, sintiéndome una basura, una mierda. Pero no me animé, no me
animé --llora.
Imagino el infierno por el que debe haber pasa- do aquella
adolescente. La veo llorando su impo- tencia de los dieciséis años,
compartiendo por fin
34

con alguien
aquella experiencia traumática. La de- jo llorar un rato. Ese llanto ha
esperado casi trein- ta años para salir a la luz. Y ahora estalla en mi consultorio.
Conmigo como testigo silencioso.
--Laura
--digo después de unos minutos--, por
hoy es
demasiado, ¿no te parece?
--No, esperá. Porque falta el último eslabón de la cadena.
--Sergio.
--Sí. Me di
cuenta de que estoy muy caliente
con él.
--Dejo pasar el posible doble significado de la palabra, no es el momento.
--Yo luché mucho para tener una familia, para construir algo estable. Y
ahora él me dice que no quiere estar más conmi- go. Después de tantos años,
tantos sueños, tanto es- fuerzo, me sacó de su vida y me dejó sin nada.
--Laura, estás confundiendo la parte con el to- do. Vos
perdiste algo muy importante en tu vida, es cierto. Pero no perdiste todo.
No es cierto que te quedaste sin nada. Te quedan un montón de cosas
todavía, ¿no
es verdad?
--Puede ser. Pero aun así me cuesta admitir que se haya
ido.
--Te entiendo. Se ha convertido en uno más en la lista de
los que te abandonaron.
--Sí. El único hombre que no me abandona sos vos, y porque
te pago.
Nos reímos. Esa sesión fue muy importante y puso en el
tapete algunas cuestiones con las que
35

HISTORIAS DE DIVÁN
trabajamos
durante mucho tiempo. Su relación con Sergio siguió siendo afectiva y civilizada, pero se corrió de
ese ficticio lugar de "aquí no ha pasa- do nada". A él le costó
aceptar este cambio, pero al- gún precio debía pagar por su decisión.
Un año después de su separación llegó el mo- mento de
trabajar sobre los temores de esta nueva etapa de su vida que, por cierto, no
eran pocos.
--Es una salida con un hombre, Laura, nada más. No
estás obligada a nada. ¿Qué es lo que te
pone tan
nerviosa?
--No lo sé.
Creo que tengo miedo.
--¿Miedo a
qué?
--A todo. A
no saber cómo seducir y que salga
mal, a que
salga bien y tener que avanzar. Porque el tipo me va a querer llevar a la cama,
te lo firmo ya.
--¿Y eso
estaría mal?
--No sé,
¿vos qué pensás?
--Que es una
opción para la cual deberías estar
preparada.
No tenés que acostarte con alguien si no lo deseás, no hace falta que yo te lo
diga. Pero hay algo que tenés que pensar.
--Te escucho.
--Laura, uno
suele tener una idea del amor que
se ha
forjado en la adolescencia, y el amor entre adultos es diferente.
--No
entiendo.
36

--Mirá, cuando uno es adolescente primero se enamora del
vecino nuevo, de un compañero de colegio o de quien sea. Alcanza y sobra con verlo pasar por la
vereda. Jamás hemos cruzado una pa- labra, pero ya lo amamos. Después, si tenemos suerte, lo
conocemos y nos ponemos de novios y, luego de un tiempo más breve o más
prolongado, tenemos relaciones. En cambio, cuando uno, ya
adulto, sale
con alguien¼
--Ya entendí. Primero cogés, después si tenés suerte
empezás una relación y muchísimo más ade-
lante, si
creés en los milagros, te enamorás ¿no?
--Y sí, más o
menos así¼
Se ríe
mucho. Siempre se ríe mucho. Creo que
ese sentido
del humor, esa fuerza que saca aún de sus flaquezas, es lo que le permitió no rendirse nunca.
Laura salió con dos o tres hombres hasta que uno,
Marcelo, pareció interesarle. Se vieron algu- nas veces y la historia empezó a
avanzar.
Un día llega
cabizbaja a la sesión. --¿Qué pasa? --le pregunto.
--Ya está,
se terminó todo.
--¿De qué hablás? --De Marcelo.
--Pero todo
parecía venir tan bien. ¿Qué pasó? --Lo que tenía que ocurrir.
--Te
acostaste con él y no te gustó. --Peor. Ni siquiera pude hacerlo.
37

HISTORIAS DE DIVÁN
--¿Me contás?
--Vos sabés
que a pesar de la imagen de mujer
fatal que
muestro, en el fondo soy una cagona.
--Ajá.
--Pero algo
en él me hizo confiar. Me fui rela-
jando.
Nuestras salidas eran divertidas y nuestras conversaciones inteligentes.
Además, me besaba y me generaba un montón de cosas. Así que en el úl- timo
encuentro me decidí y acepté ir a su casa.
--¿Tenías
ganas de hacerlo? --Muchas.
--Bien --hace una pausa y
continúa--. Tiene un
departamento
hermoso en avenida Del Libertador, con un ventanal bien grande desde el que se ve el río. Nunca me
presionó ni se me tiró encima. Todo el tiempo se comportó como un caballero. Toma- mos algo
mientras charlábamos. Empezamos a be- sarnos.
--¿Cómo te
sentías?
--En las
nubes. Era una situación maravillosa.
--¿Y entonces?
--Pará¼ vos estás más ansioso que él. --Dale, sin bromas.
--Bueno, nos
paramos para ir al cuarto. De fon-
do me llegaba
una melodía en piano. Todo era tan hermoso. Pero cuando empezó a desabotonarme
la camisa¼ se rompió
la magia.
--¿Qué pasó?
--Me
angustié. Se me cerró la garganta y me vi-
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nieron unas
ganas de llorar incontrolables. No pu- de contenerme y lloré como una boluda.
--Contame qué sentiste.
--Tuve
miedo. Un miedo enorme a desnudarme
ante un
hombre nuevo, de dejarlo que me toque, que me bese y que me mire.
--¿Qué creés
que fue lo que pasó? --me observa. --Gabriel,
¿vos me viste bien a mí? --No respon-
do. --Dale,
mirame y decime qué es lo que ves.
Laura es una mujer bella. De tez morena, ojos verdes y con
una boca sensual que sonríe de mane- ra cálida. Debe medir un metro setenta y su cuer- po es
atractivo.
--Laura, no importa lo que yo vea. Decime qué es lo que
vos ves.
--A una mujer de cuarenta largos. Tal vez así, vestida y
arregladita, disimule algunas cosas. Pero hay rastros que dejan el tiempo y la vida y que la desnudez
expone con una crueldad inapelable.
--¿A qué te
referís?
--Mi cuerpo
no es el mismo de cuando conocí
a Sergio.
--Supongo
que no. Es lo esperable.
--Sí, ya lo
sé. Pero esta cola que parece tan pa-
radita, no se
sostiene igual cuando me desvisto. Y en mi abdomen quedan rastros de la cesárea
de Pi- lar. Y mis pechos, son los pechos de una madre.
--También los de una mujer. --Baja la cabeza.
--Laura,
¿cuántas veces engañaste a Sergio?
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HISTORIAS DE DIVÁN
--¿Qué decís?
Nunca.
--Es decir que la última vez que te desnudas- te ante un
hombre nuevo, como vos lo llamás, fue
hace¼
--Más de
quince años.
--Y vos
pretendés que tu cuerpo esté como en
ese momento.
Yo sé que siempre fuiste una mujer muy exigente con vos misma. Pero esta vez
¿no se te va la mano? Laura, a lo largo de tu vida enfren- taste muchos
desafíos. Muchísimos. Éste es uno más. El que se corresponde con esta etapa de tu vi- da.
Decime, ¿qué sentiste a los seis años cuando tu
papá se fue y
los dejó solos?
--Miedo.
--¿Y cuando a
los trece golpeaste la puerta de
aquel
negocio para pedir trabajo, no sentiste mie-
do ahí?
--Sí.
--¿Y cuando a
los dieciséis años te dejaron so-
la y
embarazada?
--También.
--Decime,
esto que tenés que enfrentar ahora,
¿es más
difícil que lo que tuviste que superar en el
pasado?
--No --sonríe--, esto es una
boludez.
--Error. Esto es igual de difícil
para vos. Y te va
a generar
tanto miedo como aquellas otras viven- cias del pasado. Pero si hubieras sido de los que se
detienen ante el miedo hoy no serías quien sos. An-
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darías
resentida y arruinada por la vida. Nunca permitiste que te detuviera el miedo. ¿Vas a empe-
zar ahora? --hago una pausa--.
¿Ahora, de vieja?
Estalla en carcajadas. Creo que necesitaba dis- tenderse.
Además, éstos son los caminos por los que transita su análisis. El humor, la
crudeza y la ironía.
Laura empezó una relación con Marcelo y recu- peró un
montón de cosas a las que creía haber re- nunciado. Se la veía feliz y
contenta. Brillaba. Su historia de amor iba viento en popa, razón por la cual Marcelo
la invitó al cumpleaños de quince de su sobrina para presentarla formalmente a su fa- milia. La
sesión anterior a esa fiesta estaba ansio- sa, verborrágica y acelerada.
--Estoy muy nerviosa. Hoy di vueltas el pla- card de
arriba abajo. Me probé todos los vestidos que tengo y ninguno me conforma.
Tengo uno ro- jo que es divino, pero me parece demasiado corto para la ocasión.
Y el otro que podría usar es uno negro, pero no sé¼ es largo, de seda, a lo mejor es demasiado
formal. Encima es invierno y estoy tan blanca que parezco enferma. Y además está el tema del
pelo¼ ¡Mirá estas
mechas! No puedo ir así, de modo que el sábado mismo me voy a la pe- luquería.
Pero antes me voy a comprar un vestido nuevo. Creo que uno oscuro va dar mejor, más se-
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HISTORIAS DE DIVÁN
rio. Aunque,
como soy morocha, tal vez me endu- rezca demasiado los rasgos. También podría usar uno que tengo
que me queda dibujado, pero me lo regaló Sergio para un aniversario y me parece
que no queda bien. Qué sé yo, a lo mejor a Marcelo le
cae mal. ¿Vos
qué opinás?
La miro con gesto de no comprender mucho de lo que me
habla.
--¿Sabés qué opino? --le contesto--. Que esa fiesta me
parece una garcha. Yo en tu lugar me al- quilaría una buena película, me pediría una pizza y me quedaría
en mi casa sin nadie que me rompie- ra los huevos.
Se ríe. Con el cuerpo y con el alma. Siempre nos reímos mucho.
Y no por eso dejamos de avanzar.
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