
(La historia de Natalia)
Amplio campo blanco.
Más allá, infinita,
la huella del
trineo de lo perdido.
PAUL CELAN
--¿Yo?, ¿te
volviste loca? Este caso no es para mí. Ésa fue mi primera reacción cuando Marcela
Díaz,
coordinadora general de mi equipo terapéu- tico y encargada de las entrevistas
de admisión y derivación, vino con la ficha de Natalia.
--Pero
esperá un poco --me dijo--. ¿Por qué no
querés tomar
el caso?
--Porque no es para mí.
--Pero no te
cierres. A ver, decime: ¿por qué te
parece que
el caso no es para vos? --Me dice con su tono habitual a la vez comprensivo y convincente. Sonrío
algo molesto.
--Mejor contestame vos: ¿desde cuándo soy un
especialista
en terapias breves?
--No, ya lo
sé. Pero, escuchame¼
--No.
Escuchame vos a mí. ¿Está embaraza-
da, no?
193

HISTORIAS DE DIVÁN
--Sí.
--El marido
vive en una provincia del Norte. --Sí.
En Salta.
--Y ella se
va a ir a vivir allá ni bien nazca su
hijo.
--Sí, pero¼
--¿De
cuántos meses está?
--Recién
está de seis semanas, lo que pasa es
que¼
--Si hacemos números rápidos, y descontamos las dos
semanas previas al parto en las que proba- blemente no pueda venir, me
deja siete meses de trabajo real, veintiocho sesiones. Bajemos el diez por
ciento promedio de sesiones que por una cau- sa u otra no podamos tener.
¿Sabés cuántas sesio-
nes son? A
ver, decime ¿cuántas?
--Veinticinco.
--Correcto,
Marcela. Veinticinco. En ese encua-
dre sólo se
podría trabajar seriamente en el marco de una terapia breve y focalizada. En el
equipo te- nemos muy buenos especialistas en ese tipo de téc- nicas, y yo no
soy uno de ellos. Soy psicoanalista, ¿te acordás? Diván, asociación libre, esas
cosas.
--Gaby, no seas irónico.
--Bueno,
pero es que no te entiendo.
--Miralo
así. Natalia te conoce de la radio. Con-
fía en vos.
Le gusta tu estilo.
--Pero si no sabe cómo soy adentro del consul- torio.
194

--No
importa, confía en vos.
--Sí, pero
se va en siete meses.
--Por eso.
No hay tiempo para que genere un
vínculo con
otro terapeuta. Con vos ya lo tiene.
--¼
--Es una
chica con experiencia analítica, una
paciente para
el psicoanálisis. Yo entiendo la difi- cultad del tiempo, pero excepto por eso,
reúne to- das las características de los pacientes con los que trabajás a
gusto.
--¼
--Gaby, dale
una oportunidad a este análisis.
--Terapia
breve, querrás decir¼ --No seas
jodido. Confiá en mí. Resoplo y me doy por vencido.
--Está bien,
dame la ficha que la llamo.
Me doy vuelta
y me dirijo a mi consultorio. --Gaby. --¿Qué?
--Vas a ver¼ Te va a gustar trabajar con
ella. Ay, Marcela, cuánta razón tenías.
Así empezó
la historia de este análisis. Apremia-
do por el
tiempo. Con futuro incierto.
Pero como si ambos estuviéramos conscien- tes de ello,
al contrario de lo que ocurre en la ma- yoría de los casos, aquí no hubo tiempo para charlas
preliminares ni comentarios de ocasión.
195

HISTORIAS DE DIVÁN
Se sentó
frente a mí el primer día y, desde su pri- mera frase sentí que entrábamos en
análisis. Pac- tamos una vez por semana. Cara a cara (porque supuse que
en un par de meses el diván sería in- cómodo para ella).
Natalia es pediatra y se especializa en la preven- ción de las
enfermedades en la niñez. Trabaja des- de siempre con chicos carenciados, que según sus propias
palabras, son los más desprotegidos, los más necesitados. Está casada con Raúl, un hombre que la ama
tanto --según ella misma dice--, que hasta se banca que viva en Buenos Aires para desa- rrollar
mejor su vocación. Se ven, como mucho, una vez por mes.
La noticia del embarazo la conmovió. Porque la obligó a
rever sus planes, a considerar la nece- sidad de dejar todo lo que estaba
haciendo aquí e ir a vivir con su marido. Y es lo que ha decidido. Pero aun así,
se niega a admitir que debe aban- donar su trabajo en Buenos Aires. Como conse-
cuencia de semejante situación, está angustiada y ha perdido todo interés
libidinal.
La sesión que voy a relatar tuvo lugar tres me- ses
después de comenzado el tratamiento. Raúl, su esposo, estaba en Buenos Aires.
--Hoy quiero
hablar de mi tema con el sexo.
--¿Te referís
a este momento un poco asexuado
por el que
estás pasando?
--¿Un
poco? Hace meses que no tengo relaciones.
196

--No parecía tenerte tan preocupada la semana
pasada. ¿Por
qué hoy sí?
--Porque mi pareja está acá, llegó ayer. Y bue- no, sale el
tema y me pongo muy¼ no sé cuál
es la
palabra¼
--Pero
necesitás encontrarla, ¿no?
--Sí. Porque
es un tema con el que no me pue-
do hacer la
boluda. Y para poder resolverlo tengo primero que definirlo de alguna manera, porque no sé de dónde
viene, no sé a qué se debe esto de mi falta de deseo. Y cuando viene Raúl quedo entre la espada
y la pared. No es una pavada, me parece. Es un tema fundamental en toda
pareja.
--Y más en una pareja que, como ustedes, viven a distancia.
Lo cual quiere decir que, lo más proba-
ble, es que
no bien llegue¼
--Y, sí, me
va a querer coger. --Obviamente.
--Y a mí me
pasa que no solamente siento una
abulia con
respecto al sexo, sino que ahora, ade- más, no quiero ni que me toque. Es muy
feo esto que me pasa.
--¿Feo para
quién?
--Para los
dos, para mí y para él, porque a mí,
en algún
punto, me da pena por él.
--¿Por él?
--Sí, claro.
Esto debe resultarle una porquería.
Yo trato de
que no se note demasiado. Lo recibo ca-
197

HISTORIAS DE DIVÁN
riñosamente,
le pregunto por sus cosas y le cuento acerca de las mías.
--Todo esto
en la cocina, lejos de la cama, ¿no? --Sí. Pero a veces, aunque intente escapar de la
situación, no
puedo evitarla.
--¿Intentás
evitarla?
--La verdad
es que sí, pero no siempre puedo
escaparme.
--¿Y qué
pasa en esos casos?
--¿Y qué va
a pasar? --No sé,
decime vos.
--Y¼ que me pongo en un papel
horrible, es-
pantoso.
--Explicame.
--Claro, me
pongo a pensar en todas las muje-
res que por
ahí tuvieron que acostarse siempre con el marido y jamás tuvieron un orgasmo. Esa cosa histórica
de la mujer de ser un instrumento de la sexualidad del hombre. Un objeto sin decisión, sin
aspiraciones.
--Perdón que te interrumpa, pero, ¿vos te ponés en ese
rol? ¿Vos un objeto sin decisión, sin aspira-
ciones?
--Sí, me
pongo en ese rol. --Me
sorprende.
--Sí, ya sé
que no tiene nada que ver que una
mujer
supuestamente independiente, que logró un montón de cosas, que hizo siempre lo que quiso con su vida,
se ponga en esa situación. Pero es así.
198

--¿Y cuál es
tu sensación al verte en ese lugar? --Horrible, la sensación de que¼ --Piensa un
segundo y
niega con la cabeza.
--¿Qué pasa?,
¿qué ibas a decir? --No, no tiene nada que ver.
--De todos
modos decilo y pensemos juntos si
tiene o no
algo que ver. ¿Cuál es la sensación?
--Es la
sensación de que usan mi cuerpo.
--¿Podrías
explayarte un poco más acerca de
esto?
--No te voy a decir que lo vivo como si fuera una
violación, pero sí una vejación, una palabra que nunca supe concretamente qué
significa. Pero lo siento así, siento que es una vejación hacia mi cuerpo.
¿Una
vejación?
Sí. Así lo
siente. Así lo vive y así me lo trasmite.
Con bronca,
con mucha convicción.
--Ajá. Una
vejación. ¿Que te inflige quién?
--En este
caso, Raúl. Pero Raúl como un repre-
sentante.
Creo que no se está escuchando. No toma con- ciencia de la
importancia de lo que dice.
--Esperá, Natalia. Esperá un poco. --Intento detener esa
catarata de palabras para abrochar al- gún sentido. Pero es inútil. No me
escucha. Sigue absorta con su discurso.
--Me pongo en el lugar de esas mujeres que siempre se
aguantaron a un marido y tuvieron, no
199

HISTORIAS DE DIVÁN
sé, ocho
hijos: mi vieja, mi tía, no sé, muchas. Y me da miedo ser igual. Pero a veces
creo que no queda otra, que hay que entregarse, porque es muy difícil decirle al
otro: "Mirá, no me toques porque no te deseo". Es muy duro. Y yo
no puedo hacer lo que me dicen mis amigas que haga.
--¿Y qué te
dicen tus amigas que hagas?
--Que abra
las piernas, que piense en otra cosa
y que cuando
vea que es el momento¼ nada, que finja un
orgasmo y listo. Total es un ratito y todos contentos.
--¼
--¿O me vas
a decir que no tenés ninguna pa-
ciente que
mienta un poquito en estas cosas? Es más: ¿creés que a vos nunca te mintieron un orgas- mo? --Se
ríe. --Mirá que afuera, para las mujeres que no se atienden con vos, sos nada
más que un hombre como cualquier otro.
--Seguro. Pero como sea, eso no te ayuda de mucho. Porque
tus amigas pueden fingir un orgas- mo, y esas mujeres que según vos me mintieron también
pudieron. Pero vos, Natalia, vos no podés.
--Es cierto,
yo no puedo. ¿Y entonces?
--Mirá. A mí
lo que me parece interesante res-
catar tiene
que ver con dos cosas que vos dijiste hoy.
--¿Cuáles?
--En primer
lugar, cuando hablamos de esta
sensación de
vejación, yo te pregunté ejercida por
200

quién, y vos
me dijiste: "En este caso" por Raúl. La otra
cuestión que me parece interesante tener en cuenta es que una cosa es
decir: "Bueno, yo no ten- go muchas ganas", y otra es decir: "Yo
no quiero ni que me toque". Parece una cuestión de asco. Son dos puntos en
los que me gustaría que nos detuvié- ramos. Vayamos al primero. Esta frase tuya: "En este caso por
Raúl"¼ Si en este
caso es Raúl, yo
pregunto: ¿en
qué otro caso no fue Raúl?
Silencio.
--No sé,
porque nunca me pasó, por ahí fueron
palabras que
utilicé casualmente.
Me sonrío. Es una paciente analizada. No nece- sito
decirle demasiado.
--Mirá vos, así que casualmente --digo irónica- mente.
--Bueno, no. Está bien. A ver¼ No sé si viene a cuento o no,
pero, tengo una situación de la ado- lescencia que mucho tiempo después, te
diría que hace apenas dos o tres años, la resignifiqué de un modo
diferente.
--Contame, por favor.
--Bueno,
tuve un abuso sexual, aunque no lo vi-
ví así en su
momento.
Carajo. Me va a contar acerca de un abuso y lo dice así,
de un modo tan liviano. Ésta es la palabra: como si no tuviera peso. Y creo que
hay que darle una importancia relevante a este relato. La miro fi- jo y me
pongo serio.
201

HISTORIAS DE DIVÁN
--Contame
cómo fue. Y quién fue.
--Bueno, no
te pongas tan serio que no es para
tanto.
--¼
--Mirá, fue
con un tipo más grande. Él tendría,
que sé yo, a
ver¼ treinta o
treinta y cinco años, y nosotras éramos adolescentes.
--¿Nosotras?,
¿quiénes eran nosotras? --Ah, sí, porque no fui yo sola.
--¿No?
--No
--sonríe--. Mario nos cogió a casi todas
las chicas
del pueblo. --Bromea.
--¿A casi todas?
--Bueno, en
realidad, solamente a las que par-
ticipamos en
sus grupos. Pero te diría que la mayo- ría de ellas debutaron con él. No fue mi caso --son- ríe
otra vez--. Todas teníamos entre 13 y 15 años.
--Pero, Natalia, por lo que me estás contando, la cosa fue
grave.
--No sé, porque dicho así suena muy fuerte. Pe- ro fue todo
mucho más suave, muy disfrazado. Lo cierto es que yo no lo viví de un modo
traumático.
En realidad,
nosotras¼
--Nosotras,
no --la interrumpo--. Vos. Conta- me cómo fue
tu historia.
--A ver¼ Dejame
pensar. En realidad Mario era un seductor de tiempo completo. Era nuestro pro- fesor de
coro, un tipo recopado. --La miro en silen- cio. --Con él nos divertíamos
mucho. Cantábamos,
202

aprendíamos a
tocar instrumentos. Creábamos mu- chas cosas. Y una vez se nos ocurrió armar
una co- media musical.
--¿Y qué
pasó entonces?
--Empezamos.
Nos reuníamos, tirábamos ideas,
había una
gran energía entre nosotros. Y así la fui- mos escribiendo, sobre todo las
letras, las escenas. Después él componía la música.
--Ajá.
--Y
comenzamos a ensayarla.
--¿Cómo era
el régimen de ensayos?
--Primero
hacía ensayos generales. Después ve-
nían los
ensayos individuales con los personajes principales.
--¿Vos eras
uno de ellos?
--Sí, yo hacía de "La
Muerte".
--¿Vos
elegiste ese papel?
--No. Los
papeles los daba él. Al azar.
--Si él los
daba, entonces no era al azar.
--Tenés
razón. La cuestión es que un día fui a
ensayar y me
dijo que me relajara, que La Muerte era un personaje muy importante porque represen- taba algo
inevitable y que había que saber tenerla como una consejera. Para no olvidarnos de vivir in-
tensamente, sin represiones. Y bueno --vuelve a
sonreír--.
¡Qué bien que la hizo el tipo!
--Puede ser que la haya hecho muy bien, pero no le veo la
gracia. Parece que vos sí --me mira--. Te escucho, seguí por favor.
203

HISTORIAS DE DIVÁN
--Ya está, nada, tuve sexo con él. Fue esa vez y nunca más,
porque yo no quise más y Mario nun- ca me obligó. Era un buen tipo.
Miro su cara. Está como extasiada hablando de este hombre.
--Perdoname, Natalia, pero, ¿qué de todo esto
que me estás
contando te parece tan atractivo?
--Que a pesar de todo, creo que haber hecho los talleres
corales con él fue una experiencia intere- sante, casi de vida. Era un tipo
muy profundo.
Habla de un modo totalmente desaprensivo. Necesito que
se escuche. Que pueda ligar la angus- tia que, estoy convencido, debe de haber
sentido en aquel momento con la situación que me está con- tando.
--Esperá.
Volvamos a ese día.
--¿Qué día?
--El día del
abuso --digo y remarco la palabra
abuso.
--¡Ah! En realidad fue una tarde, y ya te dije, empezamos
hablando de la muerte, la vida, qué ha- rías si éstos fueran tus últimos
instantes. Me enros- có y listo. Yo ni disfruté, ni acabé, ni nada de eso.
--Es decir
que no tuviste un orgasmo. --Ni ahí.
--Tampoco lo fingiste --le digo
con ironía. --No, tampoco. Ya sabés que no
me sale.
--¿Cuál fue
la sensación que tuviste en aquel
momento?
204

Hace un breve
silencio.
--No lo sé.
Fue todo muy confuso y me cuesta
acordarme.
No te podría decir que me violó, por- que no me violó. Pero yo tenía en claro que no era parte de
eso. Él se jugaba en la situación, yo no. Simplemente no hice nada.
--Es decir,
que lo dejaste que utilizara tu cuerpo. --Sí, de alguna manera, sí.
--Bueno y aquí surge algo que se
liga con lo que
me dijiste
hace unos minutos aludiendo a Raúl: de- jar que "use" tu cuerpo.
--Puede
ser.
--Pero con una diferencia.
--¿Cuál?
--Con Raúl,
que es tu marido y que te ama, vos
te enojás. En
cambio con Mario, no. ¿Puedo saber
por qué?
--Lo que pasa es que por ese tiempo Mario me daba mucho. A
pesar de todo, puedo decir que fue uno de mis primeros maestros de vida.
--Te cobró
caro las clases, ¿no? Silencio.
--¿Sabés que
no lo sé?
--Depende
cuánto valga para vos que usen o no
tu cuerpo.
--Tal vez no valía tanto mi cuerpo en compara- ción con
todo lo que él me había dado. Por eso ha- ce recién dos años, hablando con Lorena, mi me- jor amiga,
que también formaba parte del coro, nos
205

HISTORIAS DE DIVÁN
pusimos a
recordar lo que vivimos con Mario y me cayó la ficha. La miré y le dije: "Loca, sufrimos un
abuso sexual".
--Al menos
tomaste conciencia de lo que te pasó. Natalia, vos sos una profesional acostumbrada
a trabajar
con chicos. Sabés que estas cosas dejan
marcas
graves, ¿no?
--La verdad es que no sé si puede haber dejado alguna
huella.
--Natalia¼
--Bueno¼ Perdoname lo que te voy a
pregun-
tar, pero,
¿no es normal en la naturaleza humana esto del abuso sexual? Porque, como vos dijiste, yo
trabajo con chicos y la verdad es que lo veo todo el tiempo.
--Es probable que sea más común de lo que la gente cree.
Pero eso no quiere decir que sea algo normal "en la naturaleza humana". Es una perver-
sión
terrible, imperdonable. Natalia, los analistas no solemos emitir juicios de
valor, pero éste es un tema con el que no puedo ser tibio ni permisivo. Tiene
que ver con la ley, con la protección de los más chicos o cualquier otra
persona indefensa y con la obligación de no relativizar un tema que es capaz de
causar un daño que puede llegar a ser muy grave.
--Pero yo no
siento que me haya marcado tanto. --A ver, pensemos un poco en esto que decís.
Yo
creo que, por
el contrario, es posible que tal vez el
206

trauma haya
sido tan grande, que la única manera de convivir con él haya sido despojarlo de
angus- tia. --Hago
un breve silencio. --A veces, cuando al- go
es tan fuerte que nos quiebra emocionalmente y sentimos que no lo podemos tolerar, nos defende- mos de esto despojando al recuerdo de lo vivido
del sentimiento que tuvimos en ese
momento. De mo- do tal que el recuerdo puede estar en nuestra men- te, casi sin
molestarnos porque lo separamos de la angustia.
--¿Y qué pasa con esa angustia? ¿Desaparece
como por arte
de magia?
--No, de ninguna manera. Allí está el punto. Por lo general se
deriva hacia otra cosa.
--No sé si
te entiendo mucho.
--Puede ser
que desplacemos esa angustia fue-
ra y la
asociemos a otra cosa. Supongamos, a la presencia de un animal, aunque fuera insignifican- te y
poco peligroso, a una cucaracha, por ejemplo. Entonces, en vez de angustiarnos
con lo que pasó, lo que ocurre es que esa angustia aparece cada vez que vemos
una cucaracha.
--Pero eso
parece una fobia¼
--No parece
una fobia: es una fobia.
--¿Y en mi
caso? Porque yo no le tengo miedo
a ningún
animal.
--Ya lo sé, Natalia. Era sólo un ejemplo para mostrarte
cómo la angustia puede desplazarse ha- cia otros lugares.
207

HISTORIAS DE DIVÁN
--¿Y vos
creés que en mi caso pasó algo de eso? --Estoy seguro.
--Es decir
que cuando yo "viví" ese abuso¼
--Esperá.
Llamemos a las cosas por su nombre.
Vos no
viviste un abuso. Vos "sufriste" un abuso.
--Bueno, está bien, puede ser. Pero tampoco fue una
violación.
--Es probable. A lo mejor te ayuda a pensar me- jor en lo
ocurrido si podemos diferenciar la viola- ción del abuso.
--A ver.
--Pensémoslo
así. Para vos la violación supone
el uso de la
violencia o de la fuerza para acceder se- xualmente al otro. Y, en ese sentido, vos sentís que
Mario no te
violó. ¿Correcto?
--Sí.
--Planteémonos,
entonces, el abuso como algo
diferente,
como un acto que implica, no necesaria- mente el uso de la violencia, pero sí
del poder. De un manejo psíquico ejercido sobre alguien que es- tá en una
situación de desprotección o de desven- taja, que no tiene los medios para defenderse y no puede
elegir. Vistos desde esta óptica, compartirás conmigo que ambos --el abuso y la
violación-- son situaciones dolorosas y traumáticas.
Silencio.
--Pero Mario
era un buen tipo¼
--No,
Natalia. Mario era un psicópata que te
manejó, que
te hizo sentir partícipe de una situa-
208

ción armada y
digitada para su propio placer, y que además te dejó la sensación de que no
podías decir nada, ni putearlo, ni denunciarlo, ni siquiera eno-
jarte, porque no te había obligado a nada. Al con- trario, te trató dulcemente,
con comprensión, in- cluso con ternura. Y eso es lo más siniestro de este caso. Que
este tipo, este psicópata, este¼ quiero decir que este hijo de puta te dejó con la sensación de ser un
partícipe activo, necesario y voluntario de la situación.
--Pero yo ya no era ninguna estúpida y sabía lo que
hacía.
Sigue resistiéndose. No quiere verlo. Tal vez no
pueda verlo
en sí misma. Quizá si¼
--Decime, tu
sobrina, Aldana, ¿qué edad tiene? --Trece.
--No digo más. Se hace un largo silen-
cio. Muy largo. Lo necesita. Y yo
se lo doy. --¡La pu- ta madre! Entonces¼ yo era una nena --dice y se quiebra. Las
lágrimas aparecen y el dolor también.
--Natalia, vos sabés lo importante que es el cui- dado de los
chicos. Siempre lo supiste. De hecho te dedicaste al cuidado de ellos. Como vos
misma di- jiste: lo tuyo es la prevención. Y yo, llegado a este punto, me
pregunto: ¿de qué querés prevenirlos?
¿De qué
riesgos, de qué peligros?
--¿Vos querés decir que hasta mi vocación estu-
vo marcada
por esto?
--Mirá, a veces es interesante ver cómo uno re- para afuera,
en otros, lo que no puede reparar
209

HISTORIAS DE DIVÁN
adentro.
Porque recién, el solo hecho de imaginar que tu sobrina pasara por algo así, ¿sabés qué te ge-
neró? --no responde--. Angustia y asco.
Silencio.
--Uff
--suspira--. Qué bardo. Y yo ni siquiera sé
cómo me
trajiste hasta este tema.
--Ah, no,
hacete cargo.
--Es que no
me acuerdo cómo terminamos ha-
blando de
esto.
--Si querés
te lo recuerdo.
Vos empezaste
a hablar y me contaste que sen-
tías que tu
marido te estaba vejando. Lo dijiste tan enojada, tan angustiada, siendo tu
marido como es un tipo tolerante, noble y que te adora. Entonces yo te
pregunté: "¿quién te está vejando en reali- dad?" Porque me pareció
que esta carga venía de otro lugar. Y vos, casi con una sonrisa, me decís: "Bueno,
una vez, cuando era adolescente¼" Y me
contás toda
esta historia de Mario. Entonces¼
--¿Yo debo de
tener algo que ver con esto, no? --¿A vos qué te parece? --le pregunto--. Mirá,
Natalia,
esto no quita que tu pareja actual sea conflictiva para vos, pero vamos a tener que tra- bajar,
y mucho, sobre esta escena de tu infancia. Yo sé que a vos te cuesta ahora
toda esta cuestión de tu falta de deseo, de placer y de orgasmos. Pe- ro al menos,
con este tema, en algún momento vas a tener que acabar.
Se ríe. Para eso se lo dije. Necesitaba terminar
210

la sesión de
un modo más relajado. No se había an- gustiado mucho. Pero en algún momento
--al me- nos así lo pensaba yo--, iba a caer.
Pasaron ocho meses desde aquella sesión. Na- talia tuvo
una nena y se fue a vivir al Norte. Raúl apostó fuerte a esta familia e intenta
contenerla, a la vez que, sanamente, ha podido reclamar más lo que desea y no
conceder todo con tal de com- placerla.
Ella también se está jugando por este nuevo presente. Aún
le cuesta adaptarse a esta nueva vi- da. No abandonó su vocación. Por el
contrario, ya se ha contactado con algunos centros de salud de frontera para
seguir trabajando en lo que más le gusta: la prevención de enfermedades en niños en riesgo.
El tema del abuso que sufrió en su pubertad volvió a
tocarse en sesiones posteriores. Al princi- pio, con las mismas
resistencias emocionales. En las últimas, Natalia pudo derribar las barreras que había levantado
y la angustia contenida brotó a mares. Se enojó, insultó, me dijo que era injusto que le
hubiera ocurrido esto, que no puede ser que "este tipo" siga
dando clases y teniendo a su cargo a "un montón de chicos". Y así
como en un primer momento intenté contactarla con el dolor de esa es- cena,
traté después de estar a su lado y contenerla.
211

HISTORIAS DE DIVÁN
Había llegado a asumir una verdad dura, dolo- rosa: había
sido abusada sexualmente. Y le di la ra- zón: era una injusticia. Pero suele
ocurrir. La vida no siempre es justa.
Natalia me escribe casi todas las semanas y, en las dos
ocasiones en las que vino a Buenos Aires, hemos tenido sesiones.
¿Sesiones una
vez cada dos meses?
Sí. Suena
raro, poco ortodoxo. Pero desde el co-
mienzo, este
análisis ha sido poco ortodoxo.
Vive a más de mil kilómetros, la veo una vez ca- da dos meses.
Sin embargo, ella sabe que aquí es- toy y que sigo siendo su analista. Y yo sé
que ella, a pesar de la distancia, sigue siendo mi paciente.